“¿Cómo he podido vivir hasta ahora sin saber cómo era?”, se preguntó Lucía.
Y mentalmente revivió los últimos cinco minutos.
Bajó del coche sin pausa y abrió los ojos de par en par. Aunque era algo miope, miró hacia la lejanía. Allí todo estaba borroso. Debía acercarse más. Caminó unos pasos y ante ella apareció.
Estaba allí. Quieto, calmado. Derrochando belleza por todos lados. Majestuoso, vigoroso. Sonriéndola. Acariciando suavemente a unos niños que tranquilos jugaban.
Cada vez se acercó más. Quería estar cerca de él, aún más cerca.
Y cuanto más se acercaba, más belleza hallaba en él.
Cuando llegó a su lado no se atrevía ni a respirar. Temía con ello poderlo molestar. Pero él pareció mirarla con complacencia, como tranquilizándola, acariciándola cuando se adentró en él.
Aquel momento de tanta felicidad no se le borraría de la memoria.
Por primera vez en su vida había podido ver, y hasta sentir, después de tanto escuchar historias sobre él… el mar.