Por fin la encontré. Hallé la casa que tanto anhelaba. Sus propietarios la habían limpiado y hasta amueblado, estaba lista para entrar a vivir. Desconozco qué les debió suceder para verse obligados a dejarla tal y como estaba y trasladarse a vivir a otro lugar.
Con el paso del tiempo, el polvo se había ido depositando sobre los muebles; pero a mí no me importaba.
La casa era muy espaciosa, así que busqué el que sería mi rincón favorito y allí construí mi “nido”. La cantidad de sol que entraba por las ventanas era la adecuada, la humedad que había era la idónea. Para mi gusto, era el lugar perfecto.
Cuando lo tuve todo bien arreglado, llegó el momento de invitar a mi familia. Me sentía orgullosa mientras les mostraba la casa y, sobre todo, mi rincón predilecto. Vinieron casi todos los familiares. Solo faltó una prima que se encontraba en avanzado estado de gestación, a punto de dar a luz a sus crías.
Fue un gran día.
¡Qué bien lo pasé con mi familia de arañas!