El límite de la paciencia

La sabiduría popular afirma que la paciencia tiene un límite, pero ¿dónde se encuentra ese límite? Y cuando el límite se sobrepasa, ¿qué sucede?

Para definir la paciencia encontramos tres principales acepciones:

  1. Virtud o cualidad de saber soportar sin perturbación del ánimo los infortunios, ofensas y trabajos.
  2. Cualidad de quien soporta con calma la espera de algo que tarda, la duración de un trabajo.
  3. Virtud cristiana opuesta a la ira.

En el mundo, como sucede en otros muchos aspectos cotidianos, hay personas que tienen mucha paciencia, otras que tienen poca, algunas que tienen muy poca…

El hecho de que una persona tenga más o menos paciencia tendrá que ver con un grupo de factores entre los que, solo a modo de ejemplo, podrían citarse el carácter, la sensibilidad, la experiencia, situaciones vividas en el pasado. · Estas cuestiones, mezcladas, pueden modelar nuestra personalidad y, por tanto, pueden fijar un límite a nuestra paciencia.

Todo el mundo conoce a personas que tienen mucha paciencia, que incluso consideramos que tienen demasiada, es decir, que aguantan demasiadas ofensas. Y en el otro extremo, también todo el mundo conoce a personas que tienen poca paciencia, que no aguantan ni la menor ofensa. Pero en esta publicación no quisiera iniciar un debate sobre qué es mejor, tener o no paciencia. Supongo que cada uno tendrá su propia opinión.

En esta publicación quiero referirme al límite de la paciencia y a lo relacionado con este límite. Por tanto, me refiero a la primera acepción de las tres planteadas al inicio. Y, sobre todo, me referiré a las ofensas. Aunque en lugar de ofensas también pueden ser desprecios, insultos, vejaciones, agravios, injurias… Todas estas palabras están relacionadas con el límite de la paciencia.

Tanto si se tiene mucha paciencia como si se tiene poca, el hecho de que se vaya llegando al límite depende del número de ofensas recibidas. Aquellas personas que tienen poca, llegarán pronto al límite, cuando hayan recibido pocas ofensas. Y en el otro extremo, las personas que tienen mucha aguantarán un gran número de ofensas antes de llegar a “su” límite.

Sea como fuere la persona, es indudable la relación existente entre el límite de la paciencia y el número de ofensas. Se podría decir que la paciencia es inversamente proporcional al número de ofensas recibidas.

Para intentar visualizar mejor esta situación, podemos imaginar un vaso vacío, que vendría a ser la capacidad que tenemos de aguantar ofensas. Quien tenga más paciencia tendrá un vaso mayor y quien tenga menos tendrá un vaso más pequeño. Pues cada ofensa podría ser como una gota que va llenando el vaso. Más despacio o más deprisa, depende de cada persona, el vaso se va llenando de ofensas, insultos, injurias…, hasta que el vaso se derrama. En ese momento, se ha llegado al límite de nuestra paciencia. Y entonces, ¿qué sucede? Esto también dependerá de cada persona. Habrá quien se quejará de forma ostensible y quien solo se quejará un poco. Pero en ambos casos se habrá sobrepasado el límite de la paciencia.

En ese punto, me gustaría fijar la atención en el punto de vista de la persona que te ha ido ofendiendo hasta hacerte llegar al límite de tu paciencia. ¿Qué pensará esa persona en ese momento? En la mayoría de los casos, la persona no se habrá dado cuenta del elevado número de ofensas que te ha hecho. Y cuando tú le recriminas, después de haber soportado cien ofensas o desprecios, te pregunta toda extrañada: ¿Por eso te has enfadado? Y tú le deberías responder: “Por eso y por las noventa y nueve ofensas anteriores”. Porque la otra persona solo tiene presente, a lo sumo, la última ofensa. Pero tú has llenado tu vaso con aquella y las noventa y nueve injurias anteriores. Con noventa y nueve no habría pasado nada, no te habrías atrevido a quejarte. Pero la que ha hecho cien ha provocado el derrame del vaso, has llegado al límite de tu paciencia. Parece extraño que ambas personas vivan este proceso desde puntos de vista tan diferentes, pero, por desgracia, suele ser así.

Otro aspecto a destacar es que las personas que suelen ofender a menudo, sin ser conscientes de ello, suelen ser las personas que tienen el límite de la paciencia más bajo. Parece un contrasentido, porque si tiene la capacidad de ofender sin pensar que sea algo grave, también debería ser capaz de aguantar, dado que para esa persona las ofensas no son grandes. Pero no, además de ofender a menudo, también se sienten ofendidas enseguida.

También me gustaría comentar un aspecto que me resulta bastante misterioso y que está relacionado con las personas que tienen la costumbre de ofender (despreciar, insultar, denostar…) a menudo. Se trata del comportamiento de las personas que le rodean. Si una persona ofende a menudo, lo normal sería que sus amistades se lo comentaran, dado que seguramente ellas son las personas que han recibido más ofensas. Pues no, nada más lejos de la realidad. Si lo comentas con estas personas, te dicen, refiriéndose a la persona que ofende: «Es que ella es así». Y yo me pregunto, ¿qué significa lo de “es que es así”? ¿Significa, tal vez, que tiene derecho a ello? ¿Qué posee una bula papal que le permite ofender sin pagar ninguna consecuencia? ¿Qué ha hecho esta persona para ser merecedora de tal beneficio? Normalmente, esto significa que esa persona a menudo ofende, pero que no tiene la menor intención de cambiar. Ya le está bien ser así, y más si tiene el consentimiento explícito de las personas de su alrededor, que la defienden diciendo lo de «es que es así».

Pero, ¿qué sucede si tú, que eres una persona que no sueles ofender, tienes un mal día y dices una palabra más alta que la otra? Pues que las mismas personas que defienden a la persona que ofende se te tiran encima, como si se trataran de hienas hambrientas que llevan días esperando su prisa. Y a nadie se le ocurre defenderte, diciendo lo de “es que es así”. Pero lo cierto es que no es de extrañar que no te defiendan porque, en realidad, no se puede decir de ti que «eres así», porque está claro que tú «no eres así». Por eso, no pueden decirlo, porque estarían faltando a la verdad. Así que solo pueden optar por la opción de atacarte. En este caso, se podría utilizar el refrán “por un perro que maté, mataperros me llamaron”, que significa que porque has hecho una vez una cosa, ya te tratan como si lo hicieras siempre. En cambio, a la persona que lo hace a menudo se le perdona «porque es así».

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La lectura, como el amor, es la piedra ideal para afinar el alma”.

Paul Desalmand (1937-2016), escritor francés.

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