Por qué escribo (5ª parte)

Existen varios motivos por los que escribo. Algunos los he ido comentando en las anteriores entregas de la Categoría “Por qué escribo”, que recomiendo leer y que son las siguientes:

«Por qué escribo (1ª parte)»

«Por qué escribo (2ª parte)»

«Por qué escribo (3a parte)».

«Por qué escribo (4ª parte)»

Seguro que quedan otros motivos por explicar, pero en esta publicación no trataré ninguno, sino que expondré una motivación extra. Me refiero a una razón que no es que me haya encaminado a escribir, sino que ha sido a base de escribir, que la he descubierto, se ha manifestado; aunque los resultados a menudo no se pueden captar a simple vista. Precisamente este hecho, que los beneficios no sean visibles, será el argumento en que algunas personas podrán basarse para no reconocerlo. En cambio, son muchas las personas que sí que lo aceptan como real.

Sin más preámbulos, voy a exponer el factor: el poder curativo de la escritura. Resulta obvio que no sugiero su poder de curar enfermedades físicas, es decir, que si sufres un esguince de tobillo, por ejemplo, por mucho que escribas no se te curará. Se trata de otra clase de curación, más cercana al alma.

Como he comentado antes, no empecé a escribir por este supuesto poder, pero sí que existen personas que lo hacen, que se inician espoleadas por este estímulo. Quizás te estés preguntando qué escriben estas personas. Lo habitual no es escribir una novela, sobre todo al principio; más bien se comienza escribiendo un Diario Personal. Y esto tiene una explicación lógica. Cuando escribes un Diario Personal, en el que vas anotando, cada día o bastante a menudo, lo que te va sucediendo, al menos lo más importante, se pueden producir ciertos cambios en la percepción de los hechos vividos.

Cuando lo escribes, cuando lo explicas de forma escrita, cuando lo plasmas en un cuaderno o en el ordenador, podría decirse que lo sacas todo hacia fuera.

Entonces, consigues observar la situación desde otro prisma, desde otro punto de vista. Y esto puede resultar, sobre todo en ciertas tesituras, muy significativo. De alguna forma, podría decirse que las visualizas como si se trataran de hechos que le han sucedido a otra persona. Y aquí es donde radica la explicación de la variación de la perspectiva, un cambio que te aleja de la subjetividad y te acerca a la objetividad; mediante la cual tal vez existen mayores probabilidades de encontrar una posible solución a algunos de esos problemas.

Es en este sentido en el que se podría interpretar el supuesto poder curativo de la escritura. No sé si lo he contado del todo bien; al menos, espero que se haya comprendido de forma aproximada lo que quería exponer. E invito a todas las personas profesionales de la psicología y la psiquiatría a corroborar, matizar o rebatir, según crean oportuno, mi teoría. Sin duda, saben mucho más que yo al respecto. Y cualquier aportación que provoque debate será bienvenida.

Tal vez existen épocas más proclives para empezar a escribir un Diario, como principios de año (por la cuestión psicológica del cambio de año) o por las vacaciones (por disponer de más tiempo); sin embargo, en el fondo, cualquier momento puede ser bueno. Así que, ¿por qué el momento no puede ser hoy?

Si necesitas un empujón final y conoces a alguna persona que escriba un Diario desde hace cierto tiempo, le puedes preguntar si es cierto lo que he contado. Y te agradecería que escribieras lo que te responda como comentario a esta publicación.


Apúntate al Boletín y el día 23 de cada mes recibirás un correo con la nueva Publicación.


Consulta el Índice de contenidos, la guía para localizar todas las publicaciones de la web https://www.santosbalasch.cat.


La lectura es de gran utilidad cuando se medita lo que se lee”.

Nicolás de Malebranche (1638-1715), filósofo y teólogo francés.

Por qué escribo (4ª parte)

Hacía mucho tiempo, seguro que demasiado, que no escribía una publicación en esta Categoría. Cuando comprobé el tiempo exacto, descubrí que la tercera parte había sido publicada por Sant Jorge del año 2022, es decir, que hacía más de un año. Así que aproveché un momento de inspiración para escribir esta publicación; que precisamente trata de esto, de la inspiración.


La presente publicación es la cuarta parte de la Categoría denominada «Por qué escribo«. Por eso, no puedo dejar de recomendarte que leas también las partes precedentes, es decir: «Por qué escribo (1ª parte)», «Por qué escribo (2ª parte)” y «Por qué escribo (3ª parte)».


Aunque a menudo se menciona, ¿esto significa que tenemos claro qué es la inspiración? Si buscamos en algún diccionario (en papel o por internet), la primera acepción de la palabra suele ser la siguiente: «Proceso por el que se introduce aire desde un medio exterior a los pulmones». Pero no me refería a esto. La segunda acepción sí es la que estaba buscando, es decir: «Estado del artista que le proporciona el estímulo para la creación o composición de obras de arte». Pero todavía me ha parecido más adecuada la siguiente definición: Estímulo o lucidez repentina que siente una persona y que favorece la creatividad, la búsqueda de soluciones a un problema, la concepción de ideas que permiten emprender un proyecto, etc., especialmente la que siente el artista y que impulsa la creación de obras de arte.

La segunda definición de la segunda acepción me ha parecido suficientemente completa para dedicarle un breve análisis, que realizaré en fragmentos:

1. Se define como un estímulo, entendido como cualquier factor que puede desencadenar un cambio. Traducido a palabras mundanas, vendría a ser como una sensación… La verdad es que cuesta un poco contarlo con palabras.

2. Se menciona la lucidez, que en sentido figurado sería comprender las cosas con una claridad extraordinaria.

3. Se dice que es repentina, es decir, que aparece en cualquier momento, sobre todo cuando menos te la esperas. A este aspecto me referiré más tarde.

4. Que siente una persona. Si se pudiera, habría que cuestionar a los animales para saber si también les aparece la inspiración, aunque sea de vez en cuando.

5. Favorece la creatividad. De esto no me cabe duda.

6. También favorece la búsqueda de soluciones a un problema. ¿A quién no le ha venido, de repente, en alguna ocasión, la solución a un problema que no sabía cómo resolver?

Pero existen otros aspectos relacionados con la inspiración que no contienen estas definiciones. Cuando se refieren a que la inspiración aparece de forma repentina, no se comenta cuando, exactamente, pero se trata de una cuestión significativa, al menos, en mi opinión. Y me parece que es un aspecto que debería comentarse. Ya hace demasiado tiempo que algunos lo estamos callando. Pero, al fin, ha llegado el momento de poner luz a la oscuridad y sacar a la luz, valga la redundancia, uno de los mayores problemas de la inspiración. Porque esta no suele aparecer, yo diría que no lo hace nunca, cuando estás un poco aburrido, tal vez no sabes qué hacer, o quizás estás haciendo tiempo porque tienes una cita, o porque tienes que esperar a que algún hijo o hija acabe el partido de baloncesto… Todo el mundo tiene algún momento en el que se ve forzado a esperar, sin poder iniciar actividad alguna. Aquel sería un buen momento, quizás el momento propicio, para que la inspiración hiciera acto de presencia: Pero no, ya te digo yo que no te sucederá nunca. En esas circunstancias no. La inspiración se mantendrá escondida, en la oscuridad, y terminarás el día cansado, agotado, después de haber ido arriba y abajo, llevando a cabo diversas tareas, la gran mayoría por obligación y sin ningún tipo de disfrute por tu parte. Entonces, te acostarás… Cerrarás los ojos… Pensarás: “Hoy sí que estoy cansado/a. Seguro que me dormiré enseguida”. Transcurrirán unos pocos minutos… El sueño te estará atrapando… Te dejarás atrapar, con mucho gusto, por él… Y entonces… ¡Boom! De repente, de las profundidades de tu mente, como una luminaria cegadora, que todo lo ilumina con un haz de miles de vatios de potencia… Surgirá un pensamiento, producido por la inspiración, que amenazará con develarte.

Ese es el clímax, el momento que requiere una decisión. En un primer instante, te pasa por la cabeza intentar no hacerle caso; pero enseguida te das cuenta de que se trata poco más que de una misión imposible. Aunque te lo propongas, no puedes darle la espalda del todo, porque la idea que te ha venido a la cabeza es muy buena; y eres consciente de ello. Te debates entre dormir bien o hacer caso de esa idea. No sabes qué hacer. Por último, le haces caso y la escuchas (en sentido figurado, claro). ¿Y después? ¿Qué haces después?

Una vez escuchada la idea o pensamiento repentino, debes elegir qué hacer en ese momento. Y solo existen dos opciones válidas, ni una más. Pero, además, hay que tener en cuenta que las dos tienen inconvenientes.

La primera opción consiste en intentar dormir. Se trataría, tal vez, de la mejor opción para la salud, en general. Pero casi siempre que la eliges es porque tienes el convencimiento de que al día siguiente, cuando te despiertes, recordarás la idea, sin ningún problema. Se trata de un grave error, porque existe una probabilidad muy elevada de que al día siguiente no la recuerdes. Y entonces te arrepentirás de haber preferido dormir.

La segunda opción consiste en levantarte de la cama, encender la luz y apuntar la idea. Pero esta alternativa no carece de inconveniente, porque será muy probable que te desveles y te cueste dormirte. Y al día siguiente por la mañana sufrirás la misma sensación que si hubieras elegido la primera opción, es decir, te arrepentirás, en esta ocasión de haberte levantado a apuntar esa idea. Que quizás era una idea genial, pero que hará que estés todo el día somnoliento.

En algunas ocasiones, me he preguntado por qué sucede así. ¿Por qué tienes las mejores ideas cuando quieres dormir, cuando estás más cansado? No tengo la respuesta. Quizá se deba a que en ese momento estás relajado. Podría ser. Pero no lo sé con certeza. Si alguien sabe por qué ocurre este fenómeno, le agradecería que lo comentara a continuación. Y si alguien quiere contar su experiencia, coincidente o no con la mía, también puede hacerlo.

Continuará…


Apúntate al Boletín y el día 23 de cada mes recibirás un correo con la nueva Publicación.


Consulta el Índice de contenidos, la guía para localizar todas las publicaciones de la web https://ww.santosbalasch.cat.


Los libros llevan a algunas personas a la sabiduría y a otras a la locura”.

Francesco Petrarca (1304-1374), poeta, filósofo y filólogo italiano.

Por qué escribo (3ª parte)

Hace pocos días, en una red social, leí una frase que me llamó la atención y me hizo reflexionar sobre el hecho de escribir; por qué se hace, qué razones llevan a una persona a escribir…

La presente publicación tiene plena integridad por sí sola, pero no puedo dejar de sugerir que se lean (antes o después) las dos partes precedentes, tituladas «Por qué escribo (1ª parte)» y «Por qué escribo (2ª parte)».

La frase en cuestión venía a decir, de manera aproximada, que te das cuenta de que escribir forma parte de tu vida cuando estás mirando una película y te imaginas como la habrías escrito tú, que habrías cambiado…

Al leerla, me vinieron a la mente las diversas veces en las que he mirado una película (lo mismo se podría aplicar a una serie) y he pensado algo como: “Esto yo no lo habría hecho de este modo”, “aquí habría cambiado esto”, “aquí habría añadido o sacado aquello”…

¿Pensar estas cuestiones significa que ya te puedes considerar escritor o escritora? No lo sé. Me parece que puede querer decir que te vienen ideas a la mente que, de seguro, te gustaría escribir, exponerlas sobre el papel o en la pantalla del ordenador; tal vez en forma de novela, quizás en forma de guion. Porque, en el fondo, escribir novelas o guiones cinematográficos tienen muchos aspectos en común; sobre todo que las dos acciones suponen explicar historias, sea para ser leídas o para ser vistas.

Otro asunto sobre el que a veces reflexiono cuando veo una película, y que considero de vital importancia, es el final. En algunas ocasiones, excesivas para mi gusto, estoy viendo una película que está bien y me doy cuenta de que falta poco rato para que llegue a su fin (cuando conozco el metraje) y, como se suele decir “todo está por hacer”; es decir, que no se entrevé hacia dónde se dirige el final de la trama. Entonces, empiezo a temblar (en sentido figurado) porque intuyo que la acabaran de cualquier manera, es decir, sin dar unas mínimas explicaciones sobre el porqué de todo.

Intentando buscar posibles justificaciones al abrupto final, pienso que puede haber sido debido a alguna de las siguientes causas:

  • La persona encargada de redactar el guion no tenía muy claro cómo tenía que acabar y alguien le dijo “déjalo estar, entrégalo como esté y punto”.
  • La producción de la película se dio cuenta de que el montaje estaba alargando demasiado la película y se vio forzada a cortar por lo sano y acabarla de repente.
  • Otras cuestiones que ahora no imagino. Si alguien las conoce o las intuye, las puede explicar al final de esta publicación, como comentario.

Hay que decir que todo lo mencionado para las películas también se podría aplicar a las novelas (no sabía cómo acabarla, se estaba alargando demasiado…). Un final repentino y con poca o nula justificación argumental provoca que la película o novela pierda bastante enteros. Pero lo peor, cuando menos en mi opinión, es emplear el recurso narrativo denominado “Deus ex machina” (sobre todo si no está bien aplicado). Esta locución latina se podría traducir como “el Dios (que baja) de la máquina” o “Dios desde la máquina”. Su origen se remonta al teatro griego o romano y lo utilizaron, aunque con moderación, autores como Esquilo o Sófocles. Consistía en que cuando los actores se encontraban ante un problema o conflicto, una grúa (máquina) introducía a otro actor desde fuera del escenario (normalmente alguna divinidad) para que solucionara el problema. Este recurso ya tuvo algunas críticas en aquella época, como la conocida de Aristóteles sobre la carencia de credibilidad del “Deus ex machina”.

En la actualidad, no se recorre ni a grúas ni a divinidades, sino que se aplica esta expresión cuando un elemento externo a la trama resuelve la historia sin seguir una lógica.

Este recurso, muy poco original, aplicado a una película o novela, se daría, por ejemplo, cuando, hacia el final, surge, casi por arte de magia, un personaje que no había aparecido hasta el momento y que resulta ser quien ha cometido el asesinato. A veces, en lugar de un personaje puede ser un objeto, un pasadizo secreto que el espectador desconocía, etc.

La utilización de esta herramienta podría, incluso, ser interpretada como una especie de engaño hacia las personas lectoras o espectadoras.

Otra cuestión digna de mención es que cuando se está redactando, la obra también se suele “vivir”, cada escritor o escritora en su manera, aunque hay quien la viven con bastante intensidad. Hace tiempo leí la anécdota de un escritor que estaba escribiendo y un amigo lo vio llorando; así que le preguntó qué sucedía. El escritor citó un nombre (el de un personaje de la obra que escribía) explicando que había muerto. El amigo le recordó que él mismo lo había escrito. “Sí, pero ha muerto”, insistió el escritor. Esta historia demuestra la intensidad con que se puede “vivir” aquello que se escribe.

Salvando las distancias, en una ocasión yo había acabado de escribir una novela (que todavía no ha sido publicada) y estaba realizando la corrección, cuando, de repente, me encontré sentado ante el ordenador con el cuerpo muy hacia delante, con la cara cerca de la pantalla, leyendo con gran atención la escena en la que un personaje le explicaba a otro un accidente que había sufrido. Cuando me di cuenta, me dije a mí mismo: “¡Pero si ya sabes cómo acaba!”.

Continua en “Por qué escribo (4ª parte)”.


La escritura es una larga introspección, es un viaje hacia las cavernas más oscuridades de la conciencia, una lenta meditación”.

Isabel Allende (nacida el 1942). Escritora chilena.


Apúntate al Boletín y el día 23 de cada mes recibirás un correo con la nueva Publicación.


¿Qué te ha parecido la publicación?

¿Querrías añadir alguna cuestión?

Me gustaría saber tu opinión.


Para leer otras publicaciones de la web…

En el Menú, explora las diversas Categorías.

Consulta el Índice de contenidos, la guía para localizar todas las publicaciones.


Sigue a Santos Balasch en Facebook, Twitter e Instagram.

Comparte la web y las publicaciones.

Por qué escribo (2ª parte)

La presente publicación, una especie de introspección literaria en estado puro, es la continuación de la entrada que llevaba por título “Por qué escribo (1ª parte)”.

Aunque, por sí sola, esta entrada tiene plena integridad, me parece adecuado sugerir que antes o después (a poder ser antes) se proceda a leer la primera parte (tanto si no se ha hecho con anterioridad, como si se realizó hace algún tiempo).

Continuando lo que comentaba en la primera parte, cuando hace algunos años una persona me preguntó por qué escribía, no supe muy bien qué responder. Pero sí que me sirvió para cuestionármelo.

En una ocasión, leí un artículo que explicaba la importancia de cuestionarse a uno mismo. Más bien, se refería a asuntos concretos, de cierta magnitud y a llevar a cabo esta acción de manera más o menos esporádica. Como casi todo en esta vida, se trata de una actitud que, en mi opinión, habría que tomarse con medida, es decir, que tanto si se hace poco como si se hace demasiado, puede resultar perjudicial. Donde radica el quid de la cuestión es, precisamente, en saber encontrar aquel punto justo denominado “cierta medida”. Desgraciadamente, resulta ser una misión complicada.

¿Y por qué es importante que cada persona se cuestione a sí misma? Pues porque esta acción puede fomentar que se descubran aspectos que ni la misma persona conocía; cuando menos, no de una manera plenamente consciente. Entonces, se mostrarían ante ella tal como son en realidad, sin barreras, sin distorsiones u ocultaciones.

Por eso, de vez en cuando, puede resultar necesario realizarse preguntas que, incluso, pueden resultar incómodos. Seguro que valdrá la pena, sobre todo a largo plazo.

Tal como expresaba en la primera parte, aunque en un primer momento aquella pregunta me sorprendió, más tarde me di cuenta de que aquella persona, sin ser su objetivo, en el fondo me ayudó. Lo hizo porque me “obligó” a pensar en algunas cuestiones y a plantearme otras.

Al finalizar aquellos pensamientos, llegué a una conclusión. Había llegado un momento en mi vida en que ya no escribía porque me gustaba; ya no. Desde hace un tiempo, no sabría especificar cuánto, escribo porque lo necesito. A pesar de parecer una afirmación exagerada, no lo es tanto. No se trata de una necesidad fisiológica, como comer, beber o dormir, está claro; se tiene que interpretar como una necesidad más etérea, incluso metafísica, aunque sí ferviente. Hoy en día, escribo porque… No resulta sencillo explicarlo con palabras. Se trata, más bien, de un sentimiento, de una forma de vivir, de existir.

Mientras leo un escrito, por ejemplo, a veces pienso: “Esta coma yo no lo habría puesto en esta localización” (sino antes o después, según las circunstancias).

Cuando miro una película y se empieza a intuir el camino que seguirá el argumento, a veces pienso: “Yo no lo habría hecho de este modo”.

Alguna vez leo la sinopsis de una película y pienso “Parece que puede estar bien”. Al principio, el argumento parece ir por ciertos caminos, hasta que, a partir de un momento determinado, el guion da un giro que no me acaba de convencer. Entonces, me doy cuenta de que la idea principal, la de la sinopsis, no la ha dirigido (la persona que ha realizado el guion) hacia la dirección adonde yo la habría encaminado.

Todo esto es normal, dado que cada persona puede pensar un desarrollo diferente; del mismo modo que para ir de un punto A hasta un punto B diversas personas pueden elegir caminos diferentes.

Un ejemplo que recuerdo mucho, me sucedió con la película “Session 9”. La había visto anunciada unas cuántas veces y con lo poco que mostraba la publicidad me había hecho una composición de cómo podía ser la película. Y es que, en mi opinión, lo tenía casi todo para ser una buena película. La localización (el escenario donde se sitúa la acción) me parecía perfecta para el tipo de película que es, el reparto también parecía bueno…

Cuando finalmente la vi… Quizás resultaría un poco excesivo decir que me defraudó. Lo que sí que puedo afirmar es que “yo no la habría hecho así”.

Siempre desde mi punto de vista (otra persona podrá tener una opinión diferente), el buen inicio se fue difuminando a marchas forzadas cuando las personas responsables del guion tuvieron la brillante idea de… Pero lo mejor será que cada cual (si quiere, está claro) visualice la película y saque las conclusiones pertinentes. Habrá a quien le guste y a quien no.

Mirando críticas sobre esta película en internet, he encontrado más de una que pone el énfasis, precisamente, en el hecho que el escenario y el reparto eran suficientemente buenos; lástima que el guion podía haber sido mejor.

Bien, lo que es una realidad es que esta publicación está llegando al fin. No obstante, dado que todavía me han quedado algunas cuestiones en el tintero, puedo afirmar que la sección llamada “Por qué escribo” tendrá, como mínimo, una tercera parte.

Continua en Por qué escribo (3ª parte)”.

 

 

Apúntate al Boletín y el día 23 de cada mes recibirás un correo con la nueva Publicación.

Leer buenos libros es como conversar con las mejores mentes del pasado«.

René Descartes (1596-1650). Filósofo, matemático y físico francés.

¿Te ha parecido interesante esta publicación?

Me gustaría conocer tu opinión.

Puedes aportar tus reflexiones y comentarios a continuación.

Por qué escribo (1ª parte)

En una ocasión, una persona me preguntó por qué escribía. La verdad es que, supongo que fruto de las circunstancias que rodeaban el momento, no supe muy bien qué responder. Más tarde, empecé a reflexionar sobre aquella cuestión.

La respuesta sencilla podía haber sido “porque me gusta”. Habría sido una respuesta muy breve, pero no habría dejado de ser cierta, aunque no habría sido completa, ni mucho menos.

Llegados a este punto, me parece que sería bueno explicar las circunstancias que hicieron surgir aquella cuestión.

De aquello ya hace algunos años. Hacía poco tiempo que me había empezado a tomar esto de escribir de otro modo. Hasta entonces, había mantenido esta afición casi en secreto. No mostraba mis escritos a nadie, no sé si por vergüenza o por alguno otro motivo. Fuera como fuera, había decidido que había llegado el momento de compartirlo con otras personas. Y una de las primeras formas que se me ocurrieron fue la de enviar relatos a premios literarios.

Pronto pude visualizar los primeros resultados. Uno de los relatos fue elegido para formar parte de una antología que se publicó con una selección de los relatos que habían recibido en aquella convocatoria del concurso.

Todavía recuerdo, como si hubiera sucedido ayer mismo, el momento en qué leí el correo electrónico mediante el cual me comunicaban que el relato que había enviado formaba parte de los seleccionados y que integraría la antología. Fue una gran alegría, dado que, hasta aquel momento, nunca habían publicado nada de mi autoría (con una excepción puntual, la explicación de la cual no viene a cuento en este momento).

No había ganado el premio, pero, como mínimo, publicarían mi relato. Y aunque no recibiría ninguna compensación económica, me hacía mucha ilusión. Tampoco me darían ningún ejemplar de la obra; si la quería tener, la tenía que comprar. No es extraño llegar a la conclusión que, por supuesto, la adquirí.

Cuando unas semanas más tarde la tuve en mis manos, lo primero que hice fue buscar la página en la que aparecía mi relato, dado que no había visto nunca mi nombre escrito al pie de un relato publicado.

Al cabo de unos días, llevé el libro al trabajo, para mostrarlo a los compañeros y compañeras. Primero lo enseñé al personal del mismo departamento y después fui a mostrarlo a algunos de los jefes de la empresa. Después de que estos lo vieran, se me acercó un compañero de trabajo y me preguntó si me habían pagado por haber aparecido el relato publicado. Al responderle con una negación, fue cuando soltó la pregunta clave: “Entonces, ¿por qué escribes?”.

Ya he comentado al principio que en aquel momento no supe qué responder. Supongo que estaba tan contento, y el resto de personas solo me habían felicitado, sin referirse a otros aspectos, que aquella pregunta me sorprendió.

No recuerdo con exactitud cómo finalizó la conversación. Supongo que cada cual volvió a su puesto de trabajo. Al principio, me dolió un poco que me hubiera hecho aquella pregunta, pero solo durante un rato, porque después me alegré de que me la hubiera hecho; sobre todo porque me “obligó” a plantearme ciertas cuestiones y me ayudó a ser consciente de algunas otras.

Explicar las reflexiones en esta misma entrada la haría demasiado larga, así que todo aquello formará parte de otra publicación que ampliará el contenido de esta.

 

Continua en «Por qué escribo (2ª parte)».

Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma”.

Cicerón (106 a C-43 a.C.). Escritor, orador y político romano.

Apúntate al Boletín y el día 23 de cada mes recibirás un correo con la nueva Publicación.

¿Qué te ha parecido la publicación?

Me gustaría saber tu opinión.

Puedes escribir un comentario a continuación.