Tener empatía

Si buscamos por internet la definición de la palabra empatía, podremos encontrar muchas, algunas de las cuales son las siguientes:

La empatía es la capacidad de comprender y compartir los sentimientos de otras personas.

La empatía nos permite ver las cosas desde la perspectiva de la otra persona en lugar de la nuestra.

La empatía es la intención de comprender el estado emocional de la otra persona, es la experiencia de entender la condición de la otra persona desde su perspectiva, lo que implica ponerse en su piel, sentir de verdad lo que la otra persona está experimentando, sobre todo cuando está pasando por un mal momento.

La empatía es la participación efectiva y, por lo general, emotiva de una persona en una realidad ajena.

En el aspecto lingüístico, empatía es una palabra que en griego antiguo estaba formada por dos partes, una con el significado de “dentro” o “en el interior” y la otra de “sufrimiento” o “lo que está sucediendo”.

Después de leer todas estas definiciones, si quisiéramos contarlo con nuestras propias palabras, de forma sencilla, se podría resumir en que la empatía es el intento de entender por lo que está pasando la otra persona, sobre todo cuando se trata de situaciones negativas. Hay que tener en cuenta que he señalado con negrita, de forma intencionada, la palabra intento. A esta cuestión me referiré al final de la publicación.

Según las personas expertas en la materia, existen diferentes clases de empatía, que son las siguientes:

  1. Empatía cognitiva. Implica ponerse en el sitio de la otra persona y así ver cómo piensa, para comunicarnos de manera efectiva.
  2. Empatía emocional. En ella se da una conexión instantánea, podemos sentir lo que la otra persona siente.
  3. Preocupación o solidaridad empática. Es el nivel máximo de empatía. Implica preocuparse por lo que piensa y siente la otra persona, pero al mismo tiempo hacer algo para mejorarlo. Es la verdadera virtud de la empatía, está en el beneficio de quienes nos rodean.

Al parecer, la empatía es una calidad innata de las personas, es decir, que todo el mundo es capaz de identificar las emociones de otras personas y compararlas con las propias. La diferencia está en el grado en que se posee esa calidad. Dicho con otras palabras, que todo el mundo tiene, pero mientras algunas personas tienen mucha, otras tienen muy poca. Esto sí que me cuadra con la naturaleza de los seres humanos. Todos conocemos a personas que enseguida parecen querer ayudarte, que intentan entender lo que te sucede (vuelvo a poner en negrita el verbo intentar). En cambio, también todos conocemos a personas que no es que no puedan entender lo que te pasa, sino que ni siquiera hacen el más mínimo esfuerzo para intentarlo. Como suele decirse, en el mundo hay personas de todo tipo.

Quizás te estés preguntando cuándo apareció el concepto de empatía. Pues es mucho más antiguo de lo que podríamos pensar. Se trata de un concepto que fue empleado por primera vez en 1873 por Robert Vischer, un historiador de arte y filósofo alemán, que utilizó la palabra einfühlung en su tesis doctoral, para abordar los sentimientos provocados por las obras de arte. Posteriormente, en 1903, el psicólogo Wilhelm Wundt utilizó el mismo término en el contexto de las relaciones humanas. Y en 1909 el también psicólogo Edward Bradford Titchener acuñó el término “empatía”, tal y como lo conocemos actualmente.

Como aumentar la empatía

Parece que se trata de una calidad que puede cultivarse y aumentar mediante la educación en valores, es decir, que cualquier persona puede aprender a ser empática, o a ser más empática. Y algunas formas de hacerlo son las siguientes:

  1. Pensar en la otra persona.
  2. Salir de nuestro mundo.
  3. Practicar la escucha activa.
  4. Leer entre líneas.
  5. Decir adiós a los prejuicios.
  6. Cultivar el interés genuino por los demás.
  7. Jugar a ponerse en muchas pieles.

Exceso de empatía

Así como puede parecer lógico querer aumentar la empatía, puede que no lo parezca tanto el querer reducirla. Pero esta visión cambia si tenemos en cuenta que hay personas que sufren el síndrome por exceso de empatía o desgaste por compasión. Estas personas son como una antena de largo alcance que absorben las emociones de su alrededor. Y si no se sabe gestionar tal sobrecarga de emociones, las personas se acaban poniendo tanto en la piel de los demás que es como si se envenenaran por exceso de compasión. Incluso pueden llegar a sentir culpabilidad por el dolor que experimentan las demás personas.

Se trata de un trastorno serio, de un sufrimiento muy agotador del que no se habla demasiado y que deberíamos conocer y tener en consideración. Por ejemplo, en el libro “Las mujeres que aman psicópatas”, de Sandra L. Brown, hay un aspecto que no puede dejarnos indiferentes. Es el caso de las personas que pueden llegar a entender (incluso justificar) el comportamiento psicopático de sus parejas. El exceso de empatía incapacita a estas personas para identificar con claridad que la persona que tienen ante sí las está maltratando y pueden llegar a inventarse sofisticadas justificaciones a los actos violentos.

Reflexión final

Para el final he dejado una reflexión que había iniciado hacia el principio de la publicación, cuando he destacado algunas veces el verbo intentar, escribiéndolo en negrita. Como he dicho, lo he hecho de forma intencionada. Y ha sido así porque siempre he pensado que existen situaciones o experiencias en la vida de casi cualquier persona que el resto de mortales, por mucho que lo intenten, si no las han vivido les resultará muy difícil de entender, por mucha empatía que tengan. Suelen ser vivencias dramáticas que la gran mayoría de personas, por suerte, nunca tendrán que sufrir, pero algunas personas tienen la desgracia de hacerlo. Precisamente, el carácter minoritario es lo que hace que la mayoría de personas no puedan hacerse realmente una idea de lo que supone haber sufrido esa situación. Solo lo conseguirán las personas que, con anterioridad, en mayor o menor medida, lo han sufrido. Dicho de forma resumida, que hay situaciones personales minoritarias que muchas personas, por mucho que lo intenten, nunca podrán entender. Lo intentarán, y eso solo es ya digno de mención (porque otros no harán ni el intento), pero en la mayoría de casos en eso se quedará, en un intento.

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El placer de leer es doble cuando se vive con otra persona con la que compartir los libros”.

Katherine Mansfield, pseudónimo de Kathleen Beauchamp (1888-1923), escritora modernista de origen neozelandés.

2 comentarios en «Tener empatía»

  1. Lo del exceso de empatía me ha recordado al Síndrome de Estocolmo, en el que también se justifica la actuación de la otra persona. Muy buena publicación.

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