Final feliz

Después de mucho tiempo, Marta volvía a sonreír. Se mostraba tal como era antes: alegre y extravertida. Aunque no lo hablaba de manera explícita, parecía evidente que había dejado atrás las largas noches sin poder dormir, los nervios, los ataques de ansiedad y el miedo.

Hacía unos meses que se había dado cuenta de que nadie le solucionaría los problemas. Solo lo podía hacer ella. Por eso, un sábado por la noche había vuelto al lugar de los hechos, había repetido el mismo recorrido…

Carlos abrió los ojos. A su derecha estaba Luis y a la izquierda David. Poco después, Marta entró en la estancia. Al instante, los tres chicos fueron conscientes de por qué estaban allí.

Marta caminó hacia ellos blandiendo un hacha. “Me he pasado un buen rato afilándola”, comentó en tono jocoso. Pero los chicos comprendieron que no se trataba de una broma. Sin prolegómenos ni innecesarias explicaciones, golpeó el cuello de David en reiteradas ocasiones, hasta provocarle la muerte.

Seguidamente, bajo la atenta mirada de Carlos y de Luis, cuyos ojos parecían estar a punto de salirse de las órbitas, fue a la mesa del rincón, donde sustituyó el hacha por un cuchillo. “También está bien afilado”, remarcó.

Se acercó a Luis y le seccionó la arteria femoral izquierda. “Según tengo entendido, en menos de cinco minutos te habrás desangrado”, le explicó. Y dejó transcurrir aquel tiempo casi sin pestañear, como si intentara no perderse ni el más pequeño detalle. Carlos tampoco podía quitar la mirada de su moribundo amigo. Hasta que… “¡Ya está!”, exclamó Marta mientras observaba el reloj. “Ha ido un poco más rápido de lo que había previsto”, confesó.

A continuación, se acercó a Carlos. Se detuvo ante él. Se lo miró fijamente. “No sufras. He reservado lo mejor para ti”, dijo mientras esbozaba una sonrisa sarcástica.