Dar la razón

Se trata de una expresión de pronunciación fácil, pero su puesta en práctica puede resultar, sobre todo para ciertas personas, bastante complicada.

Esta entrada cierra la tetralogía de publicaciones, en forma de Reflexión, dedicadas a frases hechas de uso habitual. Las anteriores publicaciones (por este orden) fueron “Dar las gracias”, “De nada” y “Pedir perdón”.

La expresión “dar la razón” significa “Reconocerle (a alguien) como justificado lo que dice, lo que ha hecho, etc.”.

Existen personas, desgraciadamente casi todo el mundo se ha topado a lo largo de la vida con alguna, que no dan nunca la razón. ¿Los motivos? Más adelante los intentaré averiguar. Lo que parece estar claro es la existencia de alguna motivación oculta que evita que estos seres puedan dar la razón a otra persona que no sea ella misma. Es igual cuál sea el tema tratado, comentado o debatido. Aunque intentes explicarle, justificarle, mostrarle, incluso con pruebas, que no tiene la razón, todo esfuerzo será inútil. El único final posible a la conversación será pronunciar la frase “mágica”: “Tienes razón”. No existe alternativa posible.

Hay ocasiones en que una conversación banal con una de estas personas se puede transformar en un espectáculo surrealista digno de observar (en la distancia, está claro). Incluso, se atreven a poner en entredicho hechos o situaciones de tu vida personal, como si ellos la conocieran mejor que la misma persona. Por ejemplo, te pueden decir algo como: “El otro día te vi conduciendo un vehículo descapotable”. Y cuando le respondes que no puede ser, que no has conducido nunca un vehículo descapotable… Entonces, se inicia una lucha (verbal) encarnizada para demostrarte que no tienes la razón. Por mucho que le expliques que no es verdad, que te parece que lo recordarías si hubiera sido real… Por mucho que te esfuerces, no conseguirás hacer que cambie de opinión. Después de un buen rato, y de varios intentos, finalmente no te quedará más remedio que sucumbir, entonar el mea culpa y pronunciar la frase “mágica”: “Tienes razón”.

Quizás alguna persona se ha sentido identificada con el párrafo anterior y ahora mismo se estará interrogando a ella misma, preguntándose si, tal vez, sin ser consciente de ello, es una persona que no da nunca la razón. Antes que nada, habría que serenarse. La mayoría de personas pueden haber compartido una conversación en que se han empecinado en tener la razón; incluso al final puede haber resultado que no la tenían, que estaban equivocadas. Pero con esto no es suficiente para hacer sonar la alarma. Como casi todo en la vida, lo más importante es hacerlo en la justa medida. Es decir, que esto suceda en una ocasión, aunque pase de vez en cuando, no significa, obligatoriamente, que no se dé nunca la razón. Es muy diferente que un hecho sea habitual o que sea esporádico.

Motivos para no dar la razón

Sería relevante conocer los motivos que llevan a estas personas a actuar de la manera que lo hacen, a intentar todas las trampas posibles, a hacer lo que haga falta para no tener que dar la razón a otra persona. A continuación, se exponen varias posibilidades, algunas relacionadas entre sí.

  1. Son personas que pretenden tener siempre el control de las situaciones. Suelen ser poco flexibles, a veces maniáticas y necesitan el reconocimiento de los otros. Esta actitud puede esconder una personalidad insegura.
  2. Son personas muy rígidas, que tienen unas creencias y opiniones estrictas, que si alguien opina diferente de ellas, se lo toman como un ataque directo e intentan defenderse; cuando en realidad pensar diferente no quiere decir ir contra la otra persona, ni mucho menos.
  3. Son personas que caen en una de las trampas del ego, que las engaña cuando se sienten inseguras, que hace que crean que si no tienen la razón valen menos (una cuestión totalmente falsa) y que al tener la razón (o apropiarse de ella) valen más.
  4. Se trata de personas que disfrutan imponiendo sus opiniones al resto de personas. A diferencia de alguna de las opciones anteriores, pueden ser conscientes de que no tienen la razón y esto las motiva todavía más.

Seguro que existen otras muchas opciones. Pero tal vez la clave radique en la primera palabra de la definición mencionada anteriormente, en el verbo “reconocer”. A algunos miembros de la especie humana (no me atrevería a decir si a pocos o a muchos) no les gusta nada tener que “reconocer” alguna cosa, lo que sea, a no ser que les beneficie de manera directa. Es decir, que su inconsciente no les permite hacerlo, no les permite reconocer un error, que se han equivocado, que no tenían razón… A veces, resulta más fuerte que ellos. Aunque lo intentaran con todas sus fuerzas, no podrían, de ninguna manera. Para saber más sobre el inconsciente y la mente humana, recomiendo leer la publicación sobre la obra de Sigmund Freud “Psicopatología de la vida cotidiana”.

¿Cómo se debería tratar a una persona que siempre quiere tener la razón? Siento decir que se trata de una pregunta muy compleja, que no se puede responder en unas pocas líneas, así que, desgraciadamente, no será tratada en esta publicación.

Sería aconsejable dejar de ver la vida en términos de verdades absolutas. No todo es blanco o negro, sino que existen múltiples tonalidades de grises. Todo el mundo (o casi todo el mundo) tiene una parte de razón. Y muchas opiniones nos pueden ser útiles para crecer como personas.

Colofón

Hace algún tiempo, fui testigo en primera persona de una conversación breve que puede ejemplificar a la perfección esta forma de actuar. Los protagonistas fueron David, Carlos y Pedro (los nombres han sido cambiados para preservar las identidades). Se trataba de tres “amigos”. Esta última palabra ha sido escrita entre comillas de manera expresa, para destacar la fina línea que separa unos “amigos” (lo que parecen) de unos simples “conocidos” (lo que quizás son en realidad).

Carlos y Pedro estaban debatiendo sobre un tema en concreto (cuál era no es relevante en este momento). Carlos defendía una postura y Pedro la contraria. De repente, David, que hacía más tiempo que conocía a Pedro, le dijo a este: “Pero si tú piensas igual que Carlos”. Y Pedro le respondió, con seguridad y cierta arrogancia: “Sí, pero no le quiero dar la razón”.


La lectura de un buen libro es un diálogo incesante, en que el libro habla y el alma escucha”.

André Maurois, seudónimo de Émile Herzog (18851967). Escritor y ensayista francés.


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