Contar historias

Hubo grandes culturas que no descubrieron la rueda, pero nunca existió una cultura que no contara historias» es una frase atribuida a la escritora estadounidense Ursula Kroeber Le Guin (1929-2018).

Si has leído la página http://www.santosbalasch.cat en alguna ocasión, sabrás que al final de cada publicación añado una frase célebre relacionada con la literatura, la lectura, los libros… Pues esta frase es la que finalizaba la publicación del mes pasado, titulada “Iniciación a la lectura”.

Mientras pensaba en el significado de esta frase, empecé a imaginar cómo podía haber sido esto de contar historias a lo largo de la historia, valga la redundancia.

Si tenemos en cuenta lo que se conoce, hasta el momento, de la historia de la humanidad, los primeros seres humanos no debían de ser capaces de comunicarse entre ellos de forma oral. Quizás tampoco podían hacerlo con signos, dado que estos no debían existir. Así que no sé cómo debían entenderse, pero de alguna manera lo harían.


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Al cabo de un tiempo, se supone que empezaron a comunicarse mediante algún tipo de signos, pero obviaré ese tiempo y pasaré directamente a la época en que ya sabían comunicarse de forma oral.

A partir de ese momento, empezarían a contar historias. Hay que tener presente que entonces no existían ni el televisor, ni la radio, ni el móvil… Nada de eso había sido inventado. Además, de poco les habría servido, dado que no existía la electricidad.

Bromas aparte, desde que los seres humanos fueron capaces de comunicarse verbalmente de forma efectiva, es lógico pensar que se empezaron a contar historias. Uno puede imaginar a estos seres sentados alrededor de una hoguera (cuando ya habían descubierto el fuego, claro) narrando… ¿Qué podían contarse? Al principio, debían de ser conversaciones similares a las que podemos tener en la actualidad en un bar. Debían de comentar las vivencias reales del día a día, es decir, que si uno había cazado tres presas, que si el otro había caído por un acantilado…


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Más adelante, serían capaces de inventar historias. No sé por qué razón, imagino que la primera persona que se inventó una historia debía ser mintiendo para intentar salir del paso de un conflicto. Nunca sabremos si salió adelante y las demás personas le creyeron, pero eso explicaría que continuara inventando historias. Acababa de nacer la ficción.

Quizás se trataba de una persona que solía ponerse a menudo en líos y necesitaba recurrir a estas invenciones para evitar males mayores; así que necesitaba perfeccionar esta faceta. Siempre se ha dicho que la práctica es bastante importante, en muchas y diversas cuestiones.

Aún no se había inventado la escritura, así que la única manera de transmitir estas historias era oralmente, es decir, que una persona la contaba a otra o a un grupo, un miembro de ese grupo la contaba a otra persona o a otro grupo… Faltaría saber si con esta forma de proceder la versión que le llegaba a la última persona era parecida a la original.


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Dando un salto en el tiempo, llegaríamos a la invención de la escritura. Por fin, ya no sería necesario memorizar todas esas historias. El principal problema debía ser que tenías que escribir en piedra, un proceso lento y pesado. A su vez, apareció la lectura, otro gran hito. Al principio, solo tendrían acceso las élites. Los escritos realizados con un cincel sobre la piedra solían ser breves. No puedo imaginarme cómo habría sido escribir la novela “Guerra y paz”, de León Tolstói, sobre piedra, ni cuántas toneladas habría pesado.

Por suerte, la civilización egipcia ideó la escritura sobre papiro en el tercer milenio antes de Cristo y se pudo disminuir considerablemente el peso de las obras, además de hacerlas más manejables y móviles. Al papiro le siguió el pergamino, obtenido a partir de la piel de cordero, ternera o cabra. Luego llegaría el papel, creado en China.

Llegamos a la época medieval, cuando los monjes, en los conventos, eran los encargados de realizar copias de las obras, como forma de preservar toda esa cultura. En la publicación “Los primeros libros” encontraréis más información.

Pero el salto evolutivo definitivo tuvo lugar a raíz de la invención de la imprenta. Podéis leer la publicación titulada “El primer libro impreso” para saber más sobre esta cuestión. Entonces, el número de libros fue aumentando.

A pesar de todos estos avances, todavía había personas que solo podían acceder a las historias que eran transmitidas vía oral, dado que no habían podido aprender a leer. Además, la tradición oral nunca ha desaparecido; todavía se conserva en forma de narraciones que se cuentan en diferentes situaciones como, por ejemplo, en encuentros familiares, en encuentros de amistades, en excursiones, en acampadas… Siempre es un buen momento para contar historias, ya sea alrededor de una hoguera, de una chimenea o de una mesa con alimentos.

En el futuro, habrá que ver si los dispositivos electrónicos provocarán la desaparición de la tradición oral, lo que siempre ha existido y es conocido como “contar historias”.


El libro es fuerza, es valor, es poder, es alimento; antorcha del pensamiento y manantial del amor«.

Rubén Darío (1867-1916). Poeta, escritor y periodista nicaragüense.


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