Por qué escribo (3ª parte)

Hace pocos días, en una red social, leí una frase que me llamó la atención y me hizo reflexionar sobre el hecho de escribir; por qué se hace, qué razones llevan a una persona a escribir…

La presente publicación tiene plena integridad por sí sola, pero no puedo dejar de sugerir que se lean (antes o después) las dos partes precedentes, tituladas «Por qué escribo (1ª parte)» y «Por qué escribo (2ª parte)».

La frase en cuestión venía a decir, de manera aproximada, que te das cuenta de que escribir forma parte de tu vida cuando estás mirando una película y te imaginas como la habrías escrito tú, que habrías cambiado…

Al leerla, me vinieron a la mente las diversas veces en las que he mirado una película (lo mismo se podría aplicar a una serie) y he pensado algo como: “Esto yo no lo habría hecho de este modo”, “aquí habría cambiado esto”, “aquí habría añadido o sacado aquello”…

¿Pensar estas cuestiones significa que ya te puedes considerar escritor o escritora? No lo sé. Me parece que puede querer decir que te vienen ideas a la mente que, de seguro, te gustaría escribir, exponerlas sobre el papel o en la pantalla del ordenador; tal vez en forma de novela, quizás en forma de guion. Porque, en el fondo, escribir novelas o guiones cinematográficos tienen muchos aspectos en común; sobre todo que las dos acciones suponen explicar historias, sea para ser leídas o para ser vistas.

Otro asunto sobre el que a veces reflexiono cuando veo una película, y que considero de vital importancia, es el final. En algunas ocasiones, excesivas para mi gusto, estoy viendo una película que está bien y me doy cuenta de que falta poco rato para que llegue a su fin (cuando conozco el metraje) y, como se suele decir “todo está por hacer”; es decir, que no se entrevé hacia dónde se dirige el final de la trama. Entonces, empiezo a temblar (en sentido figurado) porque intuyo que la acabaran de cualquier manera, es decir, sin dar unas mínimas explicaciones sobre el porqué de todo.

Intentando buscar posibles justificaciones al abrupto final, pienso que puede haber sido debido a alguna de las siguientes causas:

  • La persona encargada de redactar el guion no tenía muy claro cómo tenía que acabar y alguien le dijo “déjalo estar, entrégalo como esté y punto”.
  • La producción de la película se dio cuenta de que el montaje estaba alargando demasiado la película y se vio forzada a cortar por lo sano y acabarla de repente.
  • Otras cuestiones que ahora no imagino. Si alguien las conoce o las intuye, las puede explicar al final de esta publicación, como comentario.

Hay que decir que todo lo mencionado para las películas también se podría aplicar a las novelas (no sabía cómo acabarla, se estaba alargando demasiado…). Un final repentino y con poca o nula justificación argumental provoca que la película o novela pierda bastante enteros. Pero lo peor, cuando menos en mi opinión, es emplear el recurso narrativo denominado “Deus ex machina” (sobre todo si no está bien aplicado). Esta locución latina se podría traducir como “el Dios (que baja) de la máquina” o “Dios desde la máquina”. Su origen se remonta al teatro griego o romano y lo utilizaron, aunque con moderación, autores como Esquilo o Sófocles. Consistía en que cuando los actores se encontraban ante un problema o conflicto, una grúa (máquina) introducía a otro actor desde fuera del escenario (normalmente alguna divinidad) para que solucionara el problema. Este recurso ya tuvo algunas críticas en aquella época, como la conocida de Aristóteles sobre la carencia de credibilidad del “Deus ex machina”.

En la actualidad, no se recorre ni a grúas ni a divinidades, sino que se aplica esta expresión cuando un elemento externo a la trama resuelve la historia sin seguir una lógica.

Este recurso, muy poco original, aplicado a una película o novela, se daría, por ejemplo, cuando, hacia el final, surge, casi por arte de magia, un personaje que no había aparecido hasta el momento y que resulta ser quien ha cometido el asesinato. A veces, en lugar de un personaje puede ser un objeto, un pasadizo secreto que el espectador desconocía, etc.

La utilización de esta herramienta podría, incluso, ser interpretada como una especie de engaño hacia las personas lectoras o espectadoras.

Otra cuestión digna de mención es que cuando se está redactando, la obra también se suele “vivir”, cada escritor o escritora en su manera, aunque hay quien la viven con bastante intensidad. Hace tiempo leí la anécdota de un escritor que estaba escribiendo y un amigo lo vio llorando; así que le preguntó qué sucedía. El escritor citó un nombre (el de un personaje de la obra que escribía) explicando que había muerto. El amigo le recordó que él mismo lo había escrito. “Sí, pero ha muerto”, insistió el escritor. Esta historia demuestra la intensidad con que se puede “vivir” aquello que se escribe.

Salvando las distancias, en una ocasión yo había acabado de escribir una novela (que todavía no ha sido publicada) y estaba realizando la corrección, cuando, de repente, me encontré sentado ante el ordenador con el cuerpo muy hacia delante, con la cara cerca de la pantalla, leyendo con gran atención la escena en la que un personaje le explicaba a otro un accidente que había sufrido. Cuando me di cuenta, me dije a mí mismo: “¡Pero si ya sabes cómo acaba!”.

Continua en “Por qué escribo (4ª parte)”.


La escritura es una larga introspección, es un viaje hacia las cavernas más oscuridades de la conciencia, una lenta meditación”.

Isabel Allende (nacida el 1942). Escritora chilena.


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