Psicopatología de la vida cotidiana

La Teoría Psicoanalítica de Sigmund Freud se basa en que la mayor parte de las actividades que realizamos los seres humanos son inconscientes; solo un pequeño porcentaje las realizamos conscientemente.

Aunque algunas personas puedan pensar que leer o comentar una obra de Sigmund Freud tiene que ser poco menos que una tediosa pesadilla, al final de este artículo espero que hayan cambiado de opinión.

Sigmund Freud

Sigismund Schlomo Freud nació el 6 de mayo de 1856 en la ciudad de Příbor (en alemán Freiburg), situada en la región de Moravia, por aquel entonces integrante del Imperio Austríaco y que en la actualidad pertenece a la República Checa. Era el hijo mayor de Jacob Freud (1815–1896), comerciante de lana, y de Amalia Freud (de soltera Nathansohn, 1835–1930).

Sigmund Freud

Aunque no fue judío practicante, recibió una educación tradicional judía.

En 1860 la familia se trasladó a Leipzig y un año después se mudó a Viena, ciudad en la que Freud viviría prácticamente toda la vida.

Era buen estudiante y en 1873 consiguió una plaza en la Escuela de Medicina de la Universidad de Viena. En el Instituto de Fisiología de la Universidad de Viena, dirigido por Ernst von Brücke, se apasionó por la fisiología y era muy bueno en la investigación de la neurofisiología. Allí conoció al médico vienés Josef Breuer, con el que entablaría amistad y que sería de gran relevancia tanto en su formación como en la creación del psicoanálisis.

Gracias al profesor Brücke, obtuvo una beca para estudiar con el psiquiatra Charcot en el Hospital de la Salpêtriere de París y con Bernheim en Nancy; grandes científicos que investigaban la hipnosis como un tratamiento para pacientes con histeria y que marcaron de manera significativa a Freud.

Tras completar su formación como residente de neurología, en 1882 empezó a trabajar en el Hospital General de Viena. Posteriormente, en 1886, abrió su propia consulta de neuropsiquiatría. Allí trataba la histeria mediante la hipnosis y la catarsis, tal como había aprendido de su mentor Breuer en el tratamiento de Anna O.

El caso de Anna O.

La paciente que pasó a la historia con el nombre de Anna O. (su nombre real era Bertha Pappenheim) marcó un antes y un después en la carrera de Freud. Era una paciente de Breuer que sufría histeria, pero ambos (Breuer y Freud), que se habían conocido en el Instituto de Fisiología de la Universidad de Viena, se hicieron cargo de su problema.

Anna O., seudónimo de Bertha Pappenheim

A los 21 años, tras haber tenido que cuidar de su padre enfermo, Anna O. sufrió anemia y debilidad. Postrada en cama, surgieron malestares aún más alarmantes: parálisis, una grave perturbación del lenguaje (parafasia) y otros síntomas que aparecieron tras la muerte del padre y por los que fue diagnosticada como histérica.

Breuer enfocó el tratamiento empleando la escucha como principal herramienta. La inducía a un estado hipnótico, la animaba a que hablara y dijera cualquier cosa que le viniera a la mente y la persuadía para que rememorara las circunstancias previas a la primera aparición de cada uno de los síntomas padecidos.

Ella comenzó a llamar a esas sesiones, realizadas dos veces al día, “cura por la palabra” o “limpieza de chimenea”. Bajo esta última acepción quedó identificado el psicoanálisis en la historia. Breuer, por su parte, llamó a este procedimiento “método catártico”.

Al salir del trance hipnótico, los síntomas histéricos iban mejorando y desapareciendo uno a uno. El relato de los hechos traumáticos parecía aliviar, al menos parcialmente, la angustia de la paciente. Aparecían las bases de lo que sería el método de libre asociación o asociación libre, la Teoría del Psicoanálisis.

Aunque la terapia parecía funcionar, la paciente fue elaborando una transferencia afectiva con Breuer que provocaba fluctuaciones en sus estados de mejoría y empeoramiento de acuerdo a si el doctor estaba presente o no. Ante los celos de la esposa por dedicarle demasiado tiempo a la paciente, y tras un falso embarazo de esta, enamorada del terapeuta, Breuer optó por transferirla al cuidado de Freud.

En aquel entonces, la histeria era vista como una enfermedad de mujeres (de ahí su etimología, ya que la palabra histeria procede del griego hystera, que significa útero). Se suponía que a veces fingían tener problemas físicos solo con el objetivo de llamar la atención. Por el contrario, Breuer y Freud estaban convencidos de que ellas no mentían, ninguno de los dos pensaba que se trataba de una simulación.

Breuer descubrió que los pacientes histéricos no tenían dolencias físicas, sino que, en realidad, sus síntomas eran el resultado de la acción permanente de ciertas experiencias traumáticas del pasado que por su inadmisibilidad se habían reprimido, aunque no olvidado. Además, al liberar dichos pensamientos reprimidos, exteriorizándolos y aceptándolos de manera consciente, los síntomas desaparecían.

Posteriormente, Freud retomó lo que Breuer no había reconocido abiertamente; que en el fondo de todas estas neurosis histéricas yacía un deseo sexual.

Se concluyó que Anna O. había padecido abusos sexuales en su infancia por parte de un familiar.

Aunque tuvo dos internamientos y varias recaídas, hubo un punto en el que logró tener bajo control todos los síntomas que la aquejaban y se convirtió en una figura muy respetada. Fue una activista por los derechos de la mujer y de los niños (la primera mujer asistente social de Alemania) y también escritora y traductora de cierta importancia. Murió en 1936.

Anna O. será siempre recordada, no solo como la inspiración de la teoría de la personalidad más influyente, sino también por los propios logros y por la lucha por los derechos de las mujeres.

Once años después, Joseph Breuer y Sigmund Freud publicaron la obra “Estudios sobre la histeria”, en la que el psicoanálisis ya aparece como un enfoque diferenciado y cuyo caso más ilustrativo es el de Ann O. Hay quien llega a decir, de forma simbólica, que la histeria y Anna O. inventaron el psicoanálisis.

Teoría de Sigmund Freud: el psicoanálisis

Fascinado por la mente humana, Freud sentía especial curiosidad por los casos que en aquella época eran calificados como “inexplicables”.

Abandonando la hipnosis y la catarsis, fue enfocándose en las «enfermedades de los nervios» y el autoanálisis, y desarrolló una nueva técnica, la asociación libre, que consistía en animar a los pacientes a verbalizar cualquier producto de la mente, sin censura. Con ella, al mejorar los síntomas de los pacientes, se ganó la reputación como curador de la histeria.

En 1899 publicó “La interpretación de los sueños”, con la que se iniciaba una disciplina teórica y práctica en torno a la mente humana: el psicoanálisis.

En 1902 obtuvo el título de profesor extraordinario y el reconocimiento como el creador del psicoanálisis.

La creación del psicoanálisis modificó por completo lo que se conocía hasta entonces sobre la razón y la sinrazón.

Aunque no inventó el concepto de mente consciente versus mente inconsciente, sí lo hizo popular, sobre todo mediante la “Metáfora del iceberg”.

Metáfora del iceberg

La mente consciente

Es todo aquello de lo que nos damos cuenta en un momento particular: las percepciones presentes, memorias, pensamientos, fantasías y sentimientos.

El inconsciente

Es la fuente de nuestras motivaciones. Tenemos tendencia a negar o resistir estas motivaciones de su percepción consciente, de manera que solo son observables de forma disfrazada.

Es la parte más grande e incluye todas aquellas cosas que no son accesibles a nuestra consciencia, incluyendo muchas que se habían originado allí, tales como nuestros impulsos o instintos.

El preconsciente

Es el paso intermedio entre la mente consciente y el inconsciente (aquellos recuerdos que no están disponibles en el momento, pero que somos capaces de traer a la consciencia). De más fácil acceso que el inconsciente, alberga información bastante importante sobre nuestra identidad.

Objetivo del psicoanálisis

Es una teoría sobre el funcionamiento de la mente humana y una práctica terapéutica cuyo objetivo es modificar el comportamiento. Se basa en tres fuentes de información: la observación directa, los recuerdos infantiles y las interpretaciones.

El psicoanálisis ayuda a que el paciente entienda que el daño viene del conflicto interno, de tendencias e impulsos que no acepta, y no de fuera. Se trata de hacer consciente lo inconsciente, ya que, si no, lo descargará en forma de síntomas, actos fallidos y sueños. El paciente debe admitir esas tendencias que prefiere ignorar enfrentándose al conflicto para resolverlo o, si no tiene solución, para aprender a vivir con él.

Todo tiene que ver con la palabra, con el relato que uno puede construir sobre sí mismo. Hace falta tiempo para escuchar al paciente y para que él se escuche. Hablar, en sí, ya es terapéutico. La palabra cura, organiza, disuelve el trauma, da un nuevo sentido a lo que nos aqueja.

El objetivo del psicoanálisis es investigar aquellos contenidos psicológicos que, permaneciendo en una etapa inconsciente, afectan el comportamiento y la personalidad de los sujetos, lo que se manifiesta en forma de ansiedades, sueños y lapsos.

Funcionamiento del psicoanálisis

La clave está en el inconsciente, esa parte de nosotros mismos que no conocemos, donde el terapeuta busca las causas de las enfermedades mentales y las conductas des adaptativas.

La sanación pasa por hacer conscientes traumas reprimidos y asociaciones inconscientes de sentimientos y pensamientos. Entender los conflictos internos del pasado hace posible reaccionar bien ante las circunstancias presentes. Es un tratamiento largo, que precisa de sesiones semanales durante años. A cambio, según sus defensores, permite profundizar en la mente y ayudar al paciente a conocerse a sí mismo.

Está indicado sobre todo para las neurosis: fobias, obsesiones, problemas psicosomáticos, depresión, angustia…

Los síntomas son producto de un conflicto interno. Parte de ese conflicto es inconciliable con el sujeto que, por eso, lo expulsa de la conciencia en lugar de resolverlo. Lo expulsa al inconsciente, por un mecanismo de represión. Es entonces cuando pueden surgir síntomas, puesto que lo reprimido sigue activo en el inconsciente, pero fuera del control del yo. Los síntomas son un intento enfermizo de curación, porque alivian y permiten descargar parte del malestar del conflicto; sin embargo, producen un nuevo sufrimiento.

Persecución y emigración

Viena era una ciudad católica, por lo que las teorías sobre la sexualidad de Freud supusieron un gran escándalo. Aunque no fue eso lo que le impulsó a marcharse justo antes de la Segunda Guerra Mundial, sino la poca seguridad que ofrecía Viena para los judíos.

Freud, su esposa y su hija, Anna, abandonaron Viena el 4 de junio de 1938, acompañados por el personal de la casa y un médico.

Sigmund Freud murió en Londres el 23 de septiembre de 1939 del cáncer bucal que se le había diagnosticado en 1923 y por el cual fue operado hasta en 33 ocasiones. Dicha enfermedad le provocaba dificultades auditivas y le afectaba en la capacidad del habla. Sin embargo, continuó trabajando y escribiendo durante toda su vida.

El legado

Tras la muerte de Sigmund Freud, Anna, la hija, continuó sus estudios y las teorías sobre la psicología infantil. Fue una reconocida psicoanalista, especialmente en el campo del desarrollo psicológico.

Anna Freud

Anna y su grupo crearon una guardería y residencia destinadas a los niños que habían vivido terribles experiencias de bombardeos en la guerra y que se encontraban en una indigencia absoluta. Estas y otras experiencias llevaron a Anna Freud y a su amiga Dorothy Burlingham (que vivieron juntas cincuenta años) a percatarse de las causas que determinaban las reacciones psicopatológicas de los niños a los bombardeos. Algunas de estas ideas fueron recogidas en dos trabajos titulados “La guerra y los niños” y “Niños sin familia”. Su trabajo sentó las bases de la Clínica Hampstead de la posguerra (más tarde rebautizada como Centro Nacional Anna Freud para Niños y Familias).

Psicopatología de la vida cotidiana

Esta obra, publicada en 1904, es una de las más populares de Sigmund Freud. Ello se debe a que los temas que trata (olvidos mentales, equivocaciones en la conversación…) permiten al lector acercarse a su contenido mediante la simpatía que puede ocasionarle algunos de los ejemplos citados y comentados; en los que se verá reflejado, ya que todo el mundo se ha visto involucrado, en alguna ocasión, en un suceso parecido.

La palabra psicopatología hace referencia a la manera de errar humana, que revela las motivaciones inconscientes.

Se explican esos pequeños actos cotidianos, que suceden a diario, que pueden no ser una casualidad, sino estar teñidos de intencionalidad inconsciente o preconsciente, es decir, que parece que hacemos o decimos algo sin querer, aunque en el fondo sí queremos. Emergen del inconsciente, reapareciendo de forma distorsionada y ocasionando errores, y dejan entrever cierta información sobre los verdaderos deseos del individuo. Para Freud, si se produce un error es muy probable que haya un conflicto interno, una represión.

Aunque sean errores sin importancia grave (generalmente de naturaleza efímera y que no dejan gran huella en la vida de la persona), estar atentos y hacerlos conscientes puede ser de gran ayuda.

Un funcionamiento psíquico fallido tiene que poder explicarse por las siguientes condiciones:

A) No exceder los límites de lo normal.

B) Constituir un fallo o una perturbación momentánea y temporal, transitoria.

C) No tenemos que percibir la menor huella de una motivación del mismo, sino porque no hemos estado atentos o porque ha actuado la casualidad.

Portada de la primera edición (1904)

Esta obra está formada por multitud de ejemplos, clasificados en 12 grupos:

I. Olvido de nombres propios.

Estos casos de falla de una función psíquica -de la memoria-, nada gratos ni importantes en la práctica, admiten una explicación que va más allá de la usual valoración atribuida a tales fenómenos.

Sucede que no solo se olvida, sino que, además, se recuerda erróneamente. Freud suponía que los nombres sustitutivos estaban en visible conexión con el buscado y que junto a los sencillos olvidos de nombres propios aparecen otros motivados por represión.

II. Olvido de palabras extranjeras.

A diferencia del léxico habitual del idioma propio, los vocablos de un idioma extranjero no parecen hallarse protegidos del olvido dentro de los límites de la función normal, sino que todas las partes de la oración están igualmente predispuestas a ser olvidadas.

Freud expone que todos y cada uno de los casos que se sometan al análisis, conducirán siempre al descubrimiento de “casualidades” muy extrañas.

III. Olvido de nombres y de series de palabras.

Lo olvidado o deformado entra en conexión, por un camino asociativo cualquiera, con un contenido psíquico inconsciente, del que parte aquella influencia que se manifiesta en forma de olvido.

El motivo del olvido de un nombre puede ser algo más sutil; tal vez un rencor “sublimado” contra su portador. Las cosas se olvidan cuando nos remiten a algo que nos molesta.

IV. Recuerdos infantiles y recuerdos encubridores.

Existe una peculiaridad de la relación temporal entre el recuerdo encubridor y el contenido que bajo él queda oculto. El contenido del recuerdo encubridor pertenece a los primeros años de la niñez, mientras que las experiencias mentales por él reemplazadas en la memoria (y que permanecían casi inconscientes), corresponden a años muy posteriores de la vida del sujeto. Este tipo de desplazamiento fue denominado retroactivo o regresivo.

Lo más importante para la memoria se halla cronológicamente detrás del recuerdo encubridor. También puede presentarse una tercera variedad: que el recuerdo encubridor esté asociado a la impresión por él ocultada, no solamente por el contenido, sino también por la contigüidad en el tiempo. Estos serán recuerdos encubridores simultáneos o contiguos.

A diferencia del olvido de nombres (una perturbación momentánea) los recuerdos encubridores son algo que poseemos durante largo tiempo sin que sufran perturbación alguna, dado que los recuerdos infantiles indiferentes parecen poder acompañarnos, sin perderse, a través de un amplio período de nuestra vida.

Es muy posible que este olvido de la niñez nos pueda dar la clave para la comprensión de aquellas amnesias que se encuentran en la base de la formación de todos los síntomas neuróticos.

V. Equivocaciones orales.

La perturbación del discurso que se manifiesta en forma de equivocación oral puede ser causada por la influencia de otros componentes del mismo discurso, como un sonido anticipado, un eco o por el hecho de tener la frase o su contexto un segundo sentido diferente de aquel en que se desea emplear.

Pero dicha perturbación también puede deberse a influencias exteriores a la palabra, frase o contexto, ejercidas por elementos que no se tiene intención de expresar y de cuyo estímulo, solo por la perturbación producida, nos damos cuenta.

VI. Equivocaciones en la lectura y en la escritura.

A las equivocaciones en la lectura y en la escritura pueden aplicarse las mismas consideraciones y observaciones que a los lapsus orales, debido al íntimo parentesco que existe entre todas estas funciones.

VII. Olvido de impresiones y propósitos.

Ningún otro grupo de fenómenos es más apropiado que el olvido de propósitos para la demostración de la tesis de que la escasez de atención no basta por sí sola para explicar los rendimientos fallidos.

Un propósito es un impulso a la acción que ha sido aprobado pero cuya ejecución ha quedado aplazada hasta el momento propicio para llevarla a cabo. No obstante, en este intervalo de tiempo los motivos del propósito pueden sufrir una modificación que comporte la no ejecución del mismo. Entonces, no puede decirse que olvidamos el propósito formado, pues lo que hacemos es revisarlo y omitirlo por el momento.

Los casos de omisión por olvido podían ser atribuidos siempre a una intervención de motivos desconocidos e inadmitidos por el sujeto mismo o a un deseo contrario.

VIII. Torpezas o actos de término erróneo.

Las equivocaciones orales no son algo que se manifieste aislado dentro de su género, sino que va unido a los demás errores que se cometen con frecuencia en diversas actividades, errores a los que solemos dar un tanto arbitrariamente el nombre de distracciones.

Se sospecha de la existencia de un sentido y una intención detrás de las pequeñas perturbaciones funcionales de la vida cotidiana de los individuos sanos.

IX. Actos sintomáticos y casuales.

Los actos casuales no se diferencian de los actos de término erróneo más que en que desprecian apoyarse en una intención consciente y, por tanto, no necesitan excusa ni pretexto alguno para manifestarse. Surgen con una absoluta independencia y son aceptados naturalmente, porque no se sospecha de ellos finalidad ni intención alguna. Se ejecutan estos actos «sin idea ninguna», por «pura casualidad» o por «entretener en algo las manos», y se confía en que tales explicaciones bastarán a aquel que quiera investigar su significación. Estos actos, al igual que todos los otros fenómenos mencionados, desempeñan el papel de síntomas.

En el tratamiento psicoanalítico de los neuróticos es donde se puede observar mayor número de tales actos, sintomáticos o casuales.

X. Errores.

Los errores de la memoria solo se distinguen de los olvidos acompañados de recuerdo erróneo en que el error (el recuerdo erróneo) no es reconocido como tal, sino aceptado como cierto.

XI. Actos fallidos combinados.

Son la combinación de un acto sintomático con la pérdida temporal de un objeto, por ejemplo. Esta metamorfosis del acto fallido da, alcanzando igual resultado, la impresión plástica de una voluntad que tiende hacia un fin determinado y contradice aún más enérgicamente la concepción de que el acto fallido sea puramente casual y no necesitado de explicación alguna.

XII. Determinismo, creencia en la casualidad y en la superstición. Consideraciones.

Ciertas insuficiencias de nuestros funcionamientos psíquicos y ciertos actos aparentemente no intencionados se demuestran motivados y determinados por motivos desconocidos de la consciencia cuando se los somete a la investigación psicoanalítica.

Para ser incluido en el orden de fenómenos a los que puede aplicarse esta explicación, un funcionamiento psíquico fallido debe cumplir las condiciones siguientes:

A) No exceder de cierta medida fijamente establecida por nuestra estimación y que designamos con los términos “dentro de los límites de lo normal”.

B) Poseer el carácter de perturbación momentánea y temporal. Debemos haber ejecutado antes el mismo acto correctamente o sabernos capaces de ejecutarlo así en toda ocasión.

C) Si nos damos cuenta del funcionamiento fallido, no debemos percibir la menor huella de una motivación del mismo, sino que debemos inclinarnos a explicarlo por “falta de atención” o como “casualidades”.

Conclusión

El libro “Psicopatología de la vida cotidiana” está formado por una extensa lista de ejemplos de cada uno de los 12 apartados en que está dividido. Algunos, tal vez la mayoría, pueden resultar divertidos, sobre todo si no le han sucedido a uno mismo.

Todas estas clases de errores, ya sean verbales, gestuales, de comportamiento…, para Freud son algo más que simples errores.

En un ejercicio de extrema simplificación, se podría decir que todos estos errores parecen indicarnos, en sus variadas formas, aspectos que existen en nuestro inconsciente, pero que, por diversas razones, intentamos evitar, ocultar, olvidar…

De la multitud de ejemplos de la obra, me gustaría finalizar exponiendo de manera breve uno que aparece en el apartado X- Errores y que Freud explica que le fue relatado por un testigo presencial.

Se trata de una mujer que había estado paseando con su marido y dos amigos de este, uno de ellos amante de la señora. Al llegar ante la casa del matrimonio, la señora se cogió del brazo del amante y se iba a despedir del marido. Asustada al darse cuenta de lo que estaba haciendo, se desprendió del brazo del amante y dijo “Parece mentira que pueda pasarle a uno una cosa así”. Valga decir que el marido no dio mayor importancia a la escena, ya que tenía por imposible una infidelidad de la esposa.

Este caso ejemplifica a la perfección que, en realidad, la mujer prefería irse con el amante que con el marido y, simplemente, su inconsciente actuó y se lo mostró.

De vez en cuando, nuestro inconsciente hace lo mismo con nosotros, aunque, probablemente, hagamos caso omiso de sus avisos.


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La lectura es un ejercicio de empatía; un ejercicio para caminar en los zapatos de otra persona por un tiempo«.

Malorie Blackman (nacida en 1962). Escritora británica.

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