Negación

Si la negación es el acto de negar, ¿qué significa la palabra negar? Pues tiene tres principales acepciones, que son las siguientes:

1. Decir que algo no existe, no es verdad o no es como alguien cree o afirma.

2. Decir que no a lo que alguien pide o pretende.

3. No reconocer el parentesco, la amistad o la relación con otro. En este caso, el ejemplo clásico sería que san Pedro negó a Jesús tres veces.

En esta publicación me referiré a la primera acepción, según la cual que una persona sea negacionista significa que dice que algo no existe, no es verdad o no es como alguien cree o afirma.

Ser negacionista

El hecho de que una persona pueda considerarse negacionista a menudo significa que es contraria a la versión que podríamos definir como mayoritaria u “oficial”, si eso significa algo. Precisamente, este asunto de la oficialidad es lo que hace que a menudo las personas negacionistas también sean tildadas de conspiranoicas, porque se atreven a poner en entredicho la versión oficial, no se la creen y piensan que existe una explicación alternativa, la verdadera, que las autoridades nos esconden; como si se tratara de una conspiración, quizá dirigida por las élites que manejan el mundo desde las sombras, de forma oculta.

La palabra negacionista se puso de moda a raíz de la pandemia de la Covid-19, para referirse a aquellas personas que no estaban de acuerdo con algunas cuestiones que explicaban las autoridades. Por ejemplo, podían no estar de acuerdo con el origen que las autoridades comunicaban. También se tildaron de negacionistas aquellas personas que no querían someterse a la vacunación contra la Covid-19.

Debe tenerse en cuenta que la negación de una tesis puede ser total o parcial, dependiendo de si se está en contra de la totalidad o solo de una parte de las explicaciones oficiales.

Aunque a menudo pueda parecerlo, que la mayoría de personas piensen de la misma manera o compartan una misma visión de un hecho concreto, no significa, al cien por cien, que estén en posesión de la verdad; aunque en muchos casos la mayoría tenga la razón.

Tanto quien niega una cuestión como quien la afirma piensan que están en posesión de la verdad; pero, en realidad, ¿quién tiene la razón? ¿Y el hecho de tener la razón siempre es sinónimo de estar en posesión de la verdad, de la verdad absoluta? Supongo que depende de cada caso distinto, porque cada uno tendrá sus peculiaridades. Y como actos diferentes, cada uno deberá tomarse en consideración de forma individual.

El negacionismo en la historia

El hecho de ser negacionista, de por sí, me parece que no se puede considerar ni bueno ni malo, ni positivo ni negativo; sobre todo teniendo en cuenta que negacionistas ha habido siempre.

A lo largo de la historia, se pueden encontrar numerosos casos de personas que han llevado la contraria, de forma más o menos feroz, a alguna tesis oficial, y la historia, tarde o temprano, se ha encargado de darles la razón. En algunos casos, desgraciadamente, estas personas no han vivido lo suficiente para ver cómo se les concedía esta razón, de forma póstuma, seguramente gracias a avances científicos o tecnológicos.

El ejemplo más flagrante sería el protagonizado por Nicolás Copérnico y Galileo Galilei, que se empeñaron en contradecir la versión oficial del momento, que afirmaba que el Sol giraba alrededor de la Tierra.

Copérnico, después de casi veinticinco años de trabajo, el 1543, poco antes de morir, publicó la obra “De revolutionibus orbium coelestium” (“Sobre las revoluciones de los orbes celestes”), donde exponía el modelo heliocentrista, uno de los eventos más importantes de la historia de la ciencia, que desató la revolución copernicana. El hecho de morir poco después hizo que no le juzgaran.

Un caso muy distinto fue el que le sucedió a Galileo Galilei, quien abrazó la teoría heliocéntrica de Copérnico y en 1632 publicó la obra (Dialogo sopra y due massimi sistemi del mondo, tolemaico e copernicano) en forma de diálogo entre tres personajes: Salviati, quien representa las opiniones de Galileo y defiende la teoría de Copérnico; Segredo, quien hace las preguntas y se deja convencer por Salviati, y Simplicio, quien defiende la teoría geocéntrica de la tierra como centro del universo. El Santo Padre Urbano VIII aprobó la acción del Santo Oficio, que condenó a Galileo, quien se vio obligado a retractarse de su versión durante el juicio.

Sobre todo el caso de Galileo nos indica que en ocasiones puede resultar peligroso llevar la contraria a la versión oficial.

Tanto Copérnico como Galileo, no pudieron ser testigos de los hechos cuando la ciencia finalmente les dio la razón.

Pero el hecho de que un asunto haya sido plenamente confirmado por la ciencia, no implica forzosamente que todas las personas del mundo acepten esa versión. Por ejemplo, aunque no será un grupo muy numeroso, parece que hoy en día sigue habiendo personas que defienden que la Tierra es plana, y no redonda, como afirma la ciencia. A esta teoría se pueden agarrar estas personas porque se trata de una cuestión que no resulta posible observar a simple vista, es decir, que no se puede comprobar sin ayuda de la ciencia.

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El libro no es solo palabras o figuras sobre papel, sino todo lo que yo imagino mientras leo”.

Jostein Gaarder (nacido en 1952), escritor noruego.

Tener empatía

Si buscamos por internet la definición de la palabra empatía, podremos encontrar muchas, algunas de las cuales son las siguientes:

La empatía es la capacidad de comprender y compartir los sentimientos de otras personas.

La empatía nos permite ver las cosas desde la perspectiva de la otra persona en lugar de la nuestra.

La empatía es la intención de comprender el estado emocional de la otra persona, es la experiencia de entender la condición de la otra persona desde su perspectiva, lo que implica ponerse en su piel, sentir de verdad lo que la otra persona está experimentando, sobre todo cuando está pasando por un mal momento.

La empatía es la participación efectiva y, por lo general, emotiva de una persona en una realidad ajena.

En el aspecto lingüístico, empatía es una palabra que en griego antiguo estaba formada por dos partes, una con el significado de “dentro” o “en el interior” y la otra de “sufrimiento” o “lo que está sucediendo”.

Después de leer todas estas definiciones, si quisiéramos contarlo con nuestras propias palabras, de forma sencilla, se podría resumir en que la empatía es el intento de entender por lo que está pasando la otra persona, sobre todo cuando se trata de situaciones negativas. Hay que tener en cuenta que he señalado con negrita, de forma intencionada, la palabra intento. A esta cuestión me referiré al final de la publicación.

Según las personas expertas en la materia, existen diferentes clases de empatía, que son las siguientes:

  1. Empatía cognitiva. Implica ponerse en el sitio de la otra persona y así ver cómo piensa, para comunicarnos de manera efectiva.
  2. Empatía emocional. En ella se da una conexión instantánea, podemos sentir lo que la otra persona siente.
  3. Preocupación o solidaridad empática. Es el nivel máximo de empatía. Implica preocuparse por lo que piensa y siente la otra persona, pero al mismo tiempo hacer algo para mejorarlo. Es la verdadera virtud de la empatía, está en el beneficio de quienes nos rodean.

Al parecer, la empatía es una calidad innata de las personas, es decir, que todo el mundo es capaz de identificar las emociones de otras personas y compararlas con las propias. La diferencia está en el grado en que se posee esa calidad. Dicho con otras palabras, que todo el mundo tiene, pero mientras algunas personas tienen mucha, otras tienen muy poca. Esto sí que me cuadra con la naturaleza de los seres humanos. Todos conocemos a personas que enseguida parecen querer ayudarte, que intentan entender lo que te sucede (vuelvo a poner en negrita el verbo intentar). En cambio, también todos conocemos a personas que no es que no puedan entender lo que te pasa, sino que ni siquiera hacen el más mínimo esfuerzo para intentarlo. Como suele decirse, en el mundo hay personas de todo tipo.

Quizás te estés preguntando cuándo apareció el concepto de empatía. Pues es mucho más antiguo de lo que podríamos pensar. Se trata de un concepto que fue empleado por primera vez en 1873 por Robert Vischer, un historiador de arte y filósofo alemán, que utilizó la palabra einfühlung en su tesis doctoral, para abordar los sentimientos provocados por las obras de arte. Posteriormente, en 1903, el psicólogo Wilhelm Wundt utilizó el mismo término en el contexto de las relaciones humanas. Y en 1909 el también psicólogo Edward Bradford Titchener acuñó el término “empatía”, tal y como lo conocemos actualmente.

Como aumentar la empatía

Parece que se trata de una calidad que puede cultivarse y aumentar mediante la educación en valores, es decir, que cualquier persona puede aprender a ser empática, o a ser más empática. Y algunas formas de hacerlo son las siguientes:

  1. Pensar en la otra persona.
  2. Salir de nuestro mundo.
  3. Practicar la escucha activa.
  4. Leer entre líneas.
  5. Decir adiós a los prejuicios.
  6. Cultivar el interés genuino por los demás.
  7. Jugar a ponerse en muchas pieles.

Exceso de empatía

Así como puede parecer lógico querer aumentar la empatía, puede que no lo parezca tanto el querer reducirla. Pero esta visión cambia si tenemos en cuenta que hay personas que sufren el síndrome por exceso de empatía o desgaste por compasión. Estas personas son como una antena de largo alcance que absorben las emociones de su alrededor. Y si no se sabe gestionar tal sobrecarga de emociones, las personas se acaban poniendo tanto en la piel de los demás que es como si se envenenaran por exceso de compasión. Incluso pueden llegar a sentir culpabilidad por el dolor que experimentan las demás personas.

Se trata de un trastorno serio, de un sufrimiento muy agotador del que no se habla demasiado y que deberíamos conocer y tener en consideración. Por ejemplo, en el libro “Las mujeres que aman psicópatas”, de Sandra L. Brown, hay un aspecto que no puede dejarnos indiferentes. Es el caso de las personas que pueden llegar a entender (incluso justificar) el comportamiento psicopático de sus parejas. El exceso de empatía incapacita a estas personas para identificar con claridad que la persona que tienen ante sí las está maltratando y pueden llegar a inventarse sofisticadas justificaciones a los actos violentos.

Reflexión final

Para el final he dejado una reflexión que había iniciado hacia el principio de la publicación, cuando he destacado algunas veces el verbo intentar, escribiéndolo en negrita. Como he dicho, lo he hecho de forma intencionada. Y ha sido así porque siempre he pensado que existen situaciones o experiencias en la vida de casi cualquier persona que el resto de mortales, por mucho que lo intenten, si no las han vivido les resultará muy difícil de entender, por mucha empatía que tengan. Suelen ser vivencias dramáticas que la gran mayoría de personas, por suerte, nunca tendrán que sufrir, pero algunas personas tienen la desgracia de hacerlo. Precisamente, el carácter minoritario es lo que hace que la mayoría de personas no puedan hacerse realmente una idea de lo que supone haber sufrido esa situación. Solo lo conseguirán las personas que, con anterioridad, en mayor o menor medida, lo han sufrido. Dicho de forma resumida, que hay situaciones personales minoritarias que muchas personas, por mucho que lo intenten, nunca podrán entender. Lo intentarán, y eso solo es ya digno de mención (porque otros no harán ni el intento), pero en la mayoría de casos en eso se quedará, en un intento.

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El placer de leer es doble cuando se vive con otra persona con la que compartir los libros”.

Katherine Mansfield, pseudónimo de Kathleen Beauchamp (1888-1923), escritora modernista de origen neozelandés.

Respetar – Tener respeto

¿Te has preguntado en alguna ocasión qué significa exactamente “respetar/tener respeto”? Tanto si ha sido así, como si no, te invito a seguir leyendo.

La palabra respetar tiene varias acepciones, pero en esta publicación me referiré a las dos siguientes:

  1. Tener respeto a alguien o algo.
  2. Abstenerse de destruir, dañar a alguien o algo.

Asimismo, parece necesario saber también cómo se define la palabra respeto, que, entre otras acepciones, tiene las siguientes:

  1. Acción de considerar algo como algo que uno debe tener en cuenta.
  2. Consideración de la excelencia de alguna persona o algo que nos lleva a no faltarle.
  3. Consideración de la superioridad de fuerza de algo que nos lleva a no afrontarlo, a no exponernos en su acción.
  4. Sentimiento de consideración, de cariño, hacia alguien por razón de sus méritos, de la edad, del rango, etc.

Una vez expuestas estas definiciones, podemos empezar a hablar de una forma más amplia sobre el respeto.

Alguien podría pensar que no es necesario recordar qué es el respeto porque todo el mundo lo sabe. Quizá tenga razón, o quizás no. En muchas ocasiones no se puede dar por sentado todo lo que nos puede parecer lógico.

El respeto, en el sentido más amplio posible de la palabra, debería formar parte, de forma inseparable, de nuestra forma de ser y de actuar, es decir, que debería ser la base, una base firme, de nuestra conducta. Tanto es así, que el respeto es fundamental para una justa y pacífica convivencia entre todas las personas que formamos la sociedad. Porque la falta de respeto es la base de muchos conflictos. Se empieza perdiendo el respeto y se termina en peleas, conflictos (personales, familiares…) o, incluso, en guerras. Por eso es tan importante.

Respetar se podría decir que consiste en observar a las demás personas desde un prisma especial. No es suficiente con tolerar a las demás personas, es decir, con aceptar que existan, sino que hay que ir más allá.

Respetar las demás personas significa reconocer que también tienen derechos y valorar lo que nos diferencia. Es decir, que es necesario respetar las otras culturas, las otras formas de pensar, las otras creencias. Y todo esto, llevado a cabo por todas las personas integrantes de la sociedad, nos permite convivir en armonía.

La teoría, la mayor parte de las personas la conocemos, pero, desgraciadamente, algunas personas, sea de forma consciente o inconsciente, no la ponen en práctica.

Aunque a veces pueda parecer extraño, quizás porque estamos malacostumbrados, lo cierto es que se puede dialogar sin ofender, se puede debatir sin gritar, se pueden contraponer posturas sin insultar. Todo esto es posible; es más, debería ser habitual.

El respeto, en general, no solo debe tenerse hacia las personas desconocidas, sino también con las que tenemos cerca, una cuestión de la que a menudo podemos olvidarnos, dado que la confianza puede hacer perder el respeto. Deberíamos empezar a respetar a las personas que forman parte de nuestra familia, las amistades, las personas que forman el vecindario, las compañeras de estudios, las compañeras de trabajo… Estas personas son con las que pasamos más tiempo al cabo del día, y quizás son con las que perdemos más a menudo los modales, a las que nos enfrentamos o gritamos más pronto…

Pero el respeto no acaba ahí. Existe una persona a la que deberíamos respetar por encima de todo y de todos, una persona fundamental en nuestra existencia, en nuestro día a día, con la que más horas del día, con diferencia, pasamos. Se trata, nada menos, que de nosotros mismos. Porque el respeto a uno mismo es la base que nos ayudará a tener respeto a las demás personas. A menudo, una falta de respeto por la misma persona puede generar falta de respeto hacia las demás personas. Quizás quien no se respeta a sí mismo no puede respetar a nadie más. Si el respeto es básico en la convivencia con otras personas, más lo es con la persona con la que más tiempo compartimos.

Hasta el momento, me he centrado en el respeto hacia otras personas, pero no son los únicos seres que deberíamos respetar. Deberíamos hacer lo mismo con los animales, porque son seres vivos, que sienten y sufren; aunque puedan hacerlo de forma diferente. Y lo mismo o similar podría decirse de las plantas, que también son seres vivos.

Yendo más allá, también deberíamos respetar las “cosas”, porque, como rezaba la definición del principio, respetar también es abstenerse de destruir, de dañar, algo. Esto estaría relacionado con la naturaleza, con el medio ambiente y con todo lo que forma parte del planeta Tierra y hace posible la vida en él.

El objetivo final sería conseguir que todas las personas del mundo fueran íntegras, coherentes y respetuosas. Deberíamos avanzar para alcanzar el mayor respeto posible, en todas las dimensiones. Pero, para hacerlo posible, todo el mundo debe poner de su parte, su granito de arena, como suele decirse. Solo así, parece que será posible.

Si tienes ganas de decir la tuya, puedes dejar un comentario a continuación. Me gustará conocer tu opinión.


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Un libro es un sueño que tienes en tus manos”.

Neil Richard Gaiman (nacido en 1960), escritor británico.

Por favor

Actualmente, existen ciertas palabras o expresiones que pueden ser percibidas, por algunas personas, como antiguas u obsoletas. Se trata de palabras o expresiones que podría decirse que tienen como denominador común que forman parte de lo que antes se denominaba “educación”. “Por favor” sería un ejemplo. Otras serían “gracias” o “perdón”, a las que me referí en las publicaciones tituladas, respectivamente, “Dar las gracias” y “Pedir perdón”, las cuales recomiendo leer.

Pero ¿qué significa exactamente «por favor»? Se trata de una expresión que se utiliza para pedir con cortesía algo, es decir, que su uso más habitual es cuando se solicita algo o que otra persona realice alguna acción. Es una muestra de respeto y consideración hacia el esfuerzo de la otra persona.

Esta expresión puede verbalizarse tanto si la iniciativa de la solicitud es tuya como si proviene de la otra persona. Intentaré que se entienda mejor poniendo un ejemplo de cada opción.

  1. Si la iniciativa es propia. Es cuando pides a una persona que te haga un favor, sea de poca o de mucha importancia. Por ejemplo: Ayúdame con las bolsas, por favor.
  2. Si la iniciativa proviene de la otra persona. Es cuando otra persona se ofrece a ayudarte. Por ejemplo, cuando la otra persona te dice: ¿Quieres que te ayude con las bolsas? Y tú le respondes: Sí, por favor. En este contexto, la fórmula «por favor» podría ser sustituida por la palabra «gracias» y el significado sería el mismo, una muestra de agradecimiento por el favor recibido.

Si nos preguntamos por qué parece haber disminuido el uso de esta expresión, podríamos encontrar varias causas o justificaciones:

  1.  Por el hecho de que en la sociedad de hoy todo parece ir más deprisa. Sería esta voluntad de inmediatez, que todo se produzca con la mayor celeridad posible, la que nos lleva a descartar el uso de palabras o expresiones como “por favor”, con el objetivo de alcanzar lo que queremos rápidamente; dejando a un lado palabras que, según algunas personas, no aportan nada al discurso y pueden hacer perder el tiempo.
  2. Porque ciertas formas de cortesía son vistas como obsoletas, como propias de otra época. Podemos pensar en la multitud de pequeños actos protocolarios que hemos podido observar en las películas de época, por ejemplo, en aquellas basadas en las costumbres de la época victoriana en Inglaterra. Entonces, cada situación tenía sus actos o protocolos, muy bien definidos y fijados, los cuales había que seguir al pie de la letra.
  3. Puede que no se pronuncie porque pensamos que lo que hace la otra persona es su obligación, por ejemplo, porque está trabajando.
  4. A veces, no la verbalizamos porque se trata de personas cercanas, con las que existe confianza (familiares, amistades…) y no nos parece necesaria.

Seguro que existen más motivos que han provocado esta disminución en el uso de “por favor” y otras expresiones de carácter similar. Si conoces algún otro, me gustaría que lo expusieses como comentario a esta publicación.

Asimismo, quisiera saber qué opinas sobre esta cuestión, es decir, si consideras que son expresiones antiguas, que no vale la pena pronunciar o, al contrario, crees que deberían seguir utilizándose.

Cualquier opinión será bienvenida.


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«Los grandes libros ayudan a entender, y ayudan a sentirse comprendido/a«.

John Michael Green (nacido en 1977), escritor estadounidense.

Contar historias

Hubo grandes culturas que no descubrieron la rueda, pero nunca existió una cultura que no contara historias» es una frase atribuida a la escritora estadounidense Ursula Kroeber Le Guin (1929-2018).

Si has leído la página http://www.santosbalasch.cat en alguna ocasión, sabrás que al final de cada publicación añado una frase célebre relacionada con la literatura, la lectura, los libros… Pues esta frase es la que finalizaba la publicación del mes pasado, titulada “Iniciación a la lectura”.

Mientras pensaba en el significado de esta frase, empecé a imaginar cómo podía haber sido esto de contar historias a lo largo de la historia, valga la redundancia.

Si tenemos en cuenta lo que se conoce, hasta el momento, de la historia de la humanidad, los primeros seres humanos no debían de ser capaces de comunicarse entre ellos de forma oral. Quizás tampoco podían hacerlo con signos, dado que estos no debían existir. Así que no sé cómo debían entenderse, pero de alguna manera lo harían.


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Al cabo de un tiempo, se supone que empezaron a comunicarse mediante algún tipo de signos, pero obviaré ese tiempo y pasaré directamente a la época en que ya sabían comunicarse de forma oral.

A partir de ese momento, empezarían a contar historias. Hay que tener presente que entonces no existían ni el televisor, ni la radio, ni el móvil… Nada de eso había sido inventado. Además, de poco les habría servido, dado que no existía la electricidad.

Bromas aparte, desde que los seres humanos fueron capaces de comunicarse verbalmente de forma efectiva, es lógico pensar que se empezaron a contar historias. Uno puede imaginar a estos seres sentados alrededor de una hoguera (cuando ya habían descubierto el fuego, claro) narrando… ¿Qué podían contarse? Al principio, debían de ser conversaciones similares a las que podemos tener en la actualidad en un bar. Debían de comentar las vivencias reales del día a día, es decir, que si uno había cazado tres presas, que si el otro había caído por un acantilado…


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Más adelante, serían capaces de inventar historias. No sé por qué razón, imagino que la primera persona que se inventó una historia debía ser mintiendo para intentar salir del paso de un conflicto. Nunca sabremos si salió adelante y las demás personas le creyeron, pero eso explicaría que continuara inventando historias. Acababa de nacer la ficción.

Quizás se trataba de una persona que solía ponerse a menudo en líos y necesitaba recurrir a estas invenciones para evitar males mayores; así que necesitaba perfeccionar esta faceta. Siempre se ha dicho que la práctica es bastante importante, en muchas y diversas cuestiones.

Aún no se había inventado la escritura, así que la única manera de transmitir estas historias era oralmente, es decir, que una persona la contaba a otra o a un grupo, un miembro de ese grupo la contaba a otra persona o a otro grupo… Faltaría saber si con esta forma de proceder la versión que le llegaba a la última persona era parecida a la original.


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Dando un salto en el tiempo, llegaríamos a la invención de la escritura. Por fin, ya no sería necesario memorizar todas esas historias. El principal problema debía ser que tenías que escribir en piedra, un proceso lento y pesado. A su vez, apareció la lectura, otro gran hito. Al principio, solo tendrían acceso las élites. Los escritos realizados con un cincel sobre la piedra solían ser breves. No puedo imaginarme cómo habría sido escribir la novela “Guerra y paz”, de León Tolstói, sobre piedra, ni cuántas toneladas habría pesado.

Por suerte, la civilización egipcia ideó la escritura sobre papiro en el tercer milenio antes de Cristo y se pudo disminuir considerablemente el peso de las obras, además de hacerlas más manejables y móviles. Al papiro le siguió el pergamino, obtenido a partir de la piel de cordero, ternera o cabra. Luego llegaría el papel, creado en China.

Llegamos a la época medieval, cuando los monjes, en los conventos, eran los encargados de realizar copias de las obras, como forma de preservar toda esa cultura. En la publicación “Los primeros libros” encontraréis más información.

Pero el salto evolutivo definitivo tuvo lugar a raíz de la invención de la imprenta. Podéis leer la publicación titulada “El primer libro impreso” para saber más sobre esta cuestión. Entonces, el número de libros fue aumentando.

A pesar de todos estos avances, todavía había personas que solo podían acceder a las historias que eran transmitidas vía oral, dado que no habían podido aprender a leer. Además, la tradición oral nunca ha desaparecido; todavía se conserva en forma de narraciones que se cuentan en diferentes situaciones como, por ejemplo, en encuentros familiares, en encuentros de amistades, en excursiones, en acampadas… Siempre es un buen momento para contar historias, ya sea alrededor de una hoguera, de una chimenea o de una mesa con alimentos.

En el futuro, habrá que ver si los dispositivos electrónicos provocarán la desaparición de la tradición oral, lo que siempre ha existido y es conocido como “contar historias”.


El libro es fuerza, es valor, es poder, es alimento; antorcha del pensamiento y manantial del amor«.

Rubén Darío (1867-1916). Poeta, escritor y periodista nicaragüense.


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La inteligencia no es una ventaja, sino un hándicap

En esta reflexión no se tomará una posición concreta respecto a la idea del título, se pondrán sobre la mesa diferentes perspectivas para intentar reflexionar sobre la premisa.

El título está incluido entre las frases que pronuncia, al principio del filme, el protagonista de “La caída del imperio americano”; película canadiense de 2018, dirigida por Denys Arcand y de título original “La chute de l’empire américain”. Es la que cierra la trilogía iniciada con “Las invasiones barbares” (título original “Les invasions barbares”) y seguida con “La edad de la ignorancia” (título original “L’Age des tenebres”).

El argumento que esgrime para justificar esta afirmación es que un vendedor no muy inteligente, si quiere vender un aspirador, puede asegurar que proporcionará la felicidad al comprador. Entonces, conseguirá ventas y ascenderá de categoría en el trabajo. En cambio, un vendedor inteligente no asegurará la felicidad, no venderá el producto y lo despedirán del trabajo. No sé si sería una persona poco inteligente, pero sí que se podría afirmar que, al asegurar un suceso que no está garantizado, miente o falta a la verdad. Por lo tanto, se trataría de un individuo a quien no le importa mentir si consigue vender y, quizás, con pocos escrúpulos.

Puedes visionar el inicio de la película a continuación:

Este razonamiento, por sí solo, puede parecer un poco pobre, incluso exagerado o rebuscado, pero la idea que subyace en él, y las diversas interpretaciones que se pueden sustraer de este pensamiento, son algunas de las razones que me han llevado a escribir esta publicación.

La cuestión del aspirador me ha recordado el caso real de Juan (el nombre ha sido cambiado para mantener la privacidad del protagonista). Al empezar a trabajar en una empresa aseguradora, tenía que comercializar un producto de ahorro que incluía una cláusula por la cual se penalizaban los reintegros de parte de la inversión durante los primeros años. El jefe de la oficina le “ordenó” que no comentara esta condición del contrato a los potenciales clientes, pero Juan no veía claro mentir (para el jefe se debía de tratar de una simple omisión). No es de extrañar que Juan durara poco tiempo en aquel trabajo. ¿Esto significa que Juan era demasiado inteligente? Quién sabe. Cuando menos, demuestra que se trataba de una persona íntegra, con principios y escrúpulos.

Homer Simpson

Un claro ejemplo que confirmaría la hipótesis de la película sería el de Homer Simpson (Homero Simpson en Hispanoamérica). Se podría alegar que se trata de una serie de ficción. Es verdad. Pero también suele ser verídico aquello de “la realidad supera a la ficción”, es decir, que la ficción, por muy exagerada que nos pueda parecer, a veces se queda corta, comparada con la realidad. Además, ha quedado demostrada, en más de una ocasión, la capacidad profética de la serie “Los Simpson”, avanzando acontecimientos que con posterioridad han tenido lugar. Uno de los más recientes fue pronosticar la llegada al poder de Donald Trump, a quien las encuestas otorgaban escasas probabilidades.

En un capítulo de la serie, aparece el personaje de Frank Grimes. Se trata de un profesional consumado que, después de una vida difícil, consiguió un título en física nuclear y que comienza a trabajar en la central nuclear de Springfield, en el mismo sector que Homer. Este es un hombre poco inteligente, irresponsable, holgazán, que, a pesar de trabajar en una central nuclear, a menudo hace caso omiso de los avisos de peligro… Frank no se puede creer que trabaje allí y su incredulidad se incrementa cuando sabe que Homer tiene una familia que parece perfecta, una casa con jardín, dos vehículos, ha viajado por casi todo el mundo, ha sido, incluso, astronauta… Entonces, Frank intenta ridiculizar a Homer y, al ver que no lo consigue, enloquece por la incongruencia de la situación, lo imita y hace algunas de las tonterías que haría Homer, hasta que agarra unos cables de alta tensión y… El final, previsible, no lo explicaré.

A pesar de tratarse de una parodia, quien más quien menos conoce a algún “Homer Simpson”. ¿Cómo lo consiguieron estos “Homer”? Algunos quizás tuvieron suerte o estaban en el lugar adecuado en el momento preciso; otros buscaron esta suerte hasta encontrarla; unos cuántos hicieron fortuna al vender la empresa que sus progenitores habían creado con mucho esfuerzo y sacrificio; hay quienes no han “trabajado” nunca, solo conocen la “carrera” política…

Beneficios de tener inteligencia

¿Es verdad que ser inteligente supone un obstáculo? ¿Sucede siempre o únicamente en algunas ocasiones?

Observar la inteligencia como una ventaja o un obstáculo, en una dicotomía estricta, sin otras alternativas, quizás no es la mejor idea posible.

Basarse solamente en un aspecto, por ejemplo el laboral, para decidir si una persona ha sido exitosa, tal vez sería simplificar en exceso.

Por otro lado, la interpretación de una vida exitosa no sería igual para todo el mundo. Dependería de cada persona, de los factores primordiales que cada cual valorara, de su escala de prioridades…

Según los expertos, existen algunas ventajas de ser una persona inteligente, entre otras:

  • Tener intereses propios.
  • No seguir las corrientes que dictan la sociedad o las modas.
  • Vivir de forma más creativa y plena.
  • Tener curiosidad.
  • Analizar cada detalle y hacerse preguntas.
  • Ser más abierto de mente. Estar abierto a nuevas propuestas y oportunidades.
  • Valorar las opiniones de las otras personas.
  • Tener empatía.

Consideraciones finales

En esta publicación, para no complicar y alargar demasiado el tema, no se han tratado cuestiones importantes como:

  • Qué es la inteligencia.
  • Maneras de valorar la inteligencia.
  • Tipos de inteligencia.
  • Evolución de la inteligencia a lo largo de la historia.
  • Diferencia entre ser una persona lista y una persona inteligente.

«Leer no es matar el tiempo, sino fecundarlo»

Herminia Catalina Brumana (1897-1954). Maestra, escritora y periodista argentina.


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Dar la razón

Se trata de una expresión de pronunciación fácil, pero su puesta en práctica puede resultar, sobre todo para ciertas personas, bastante complicada.

Esta entrada cierra la tetralogía de publicaciones, en forma de Reflexión, dedicadas a frases hechas de uso habitual. Las anteriores publicaciones (por este orden) fueron “Dar las gracias”, “De nada” y “Pedir perdón”.

La expresión “dar la razón” significa “Reconocerle (a alguien) como justificado lo que dice, lo que ha hecho, etc.”.

Existen personas, desgraciadamente casi todo el mundo se ha topado a lo largo de la vida con alguna, que no dan nunca la razón. ¿Los motivos? Más adelante los intentaré averiguar. Lo que parece estar claro es la existencia de alguna motivación oculta que evita que estos seres puedan dar la razón a otra persona que no sea ella misma. Es igual cuál sea el tema tratado, comentado o debatido. Aunque intentes explicarle, justificarle, mostrarle, incluso con pruebas, que no tiene la razón, todo esfuerzo será inútil. El único final posible a la conversación será pronunciar la frase “mágica”: “Tienes razón”. No existe alternativa posible.

Hay ocasiones en que una conversación banal con una de estas personas se puede transformar en un espectáculo surrealista digno de observar (en la distancia, está claro). Incluso, se atreven a poner en entredicho hechos o situaciones de tu vida personal, como si ellos la conocieran mejor que la misma persona. Por ejemplo, te pueden decir algo como: “El otro día te vi conduciendo un vehículo descapotable”. Y cuando le respondes que no puede ser, que no has conducido nunca un vehículo descapotable… Entonces, se inicia una lucha (verbal) encarnizada para demostrarte que no tienes la razón. Por mucho que le expliques que no es verdad, que te parece que lo recordarías si hubiera sido real… Por mucho que te esfuerces, no conseguirás hacer que cambie de opinión. Después de un buen rato, y de varios intentos, finalmente no te quedará más remedio que sucumbir, entonar el mea culpa y pronunciar la frase “mágica”: “Tienes razón”.

Quizás alguna persona se ha sentido identificada con el párrafo anterior y ahora mismo se estará interrogando a ella misma, preguntándose si, tal vez, sin ser consciente de ello, es una persona que no da nunca la razón. Antes que nada, habría que serenarse. La mayoría de personas pueden haber compartido una conversación en que se han empecinado en tener la razón; incluso al final puede haber resultado que no la tenían, que estaban equivocadas. Pero con esto no es suficiente para hacer sonar la alarma. Como casi todo en la vida, lo más importante es hacerlo en la justa medida. Es decir, que esto suceda en una ocasión, aunque pase de vez en cuando, no significa, obligatoriamente, que no se dé nunca la razón. Es muy diferente que un hecho sea habitual o que sea esporádico.

Motivos para no dar la razón

Sería relevante conocer los motivos que llevan a estas personas a actuar de la manera que lo hacen, a intentar todas las trampas posibles, a hacer lo que haga falta para no tener que dar la razón a otra persona. A continuación, se exponen varias posibilidades, algunas relacionadas entre sí.

  1. Son personas que pretenden tener siempre el control de las situaciones. Suelen ser poco flexibles, a veces maniáticas y necesitan el reconocimiento de los otros. Esta actitud puede esconder una personalidad insegura.
  2. Son personas muy rígidas, que tienen unas creencias y opiniones estrictas, que si alguien opina diferente de ellas, se lo toman como un ataque directo e intentan defenderse; cuando en realidad pensar diferente no quiere decir ir contra la otra persona, ni mucho menos.
  3. Son personas que caen en una de las trampas del ego, que las engaña cuando se sienten inseguras, que hace que crean que si no tienen la razón valen menos (una cuestión totalmente falsa) y que al tener la razón (o apropiarse de ella) valen más.
  4. Se trata de personas que disfrutan imponiendo sus opiniones al resto de personas. A diferencia de alguna de las opciones anteriores, pueden ser conscientes de que no tienen la razón y esto las motiva todavía más.

Seguro que existen otras muchas opciones. Pero tal vez la clave radique en la primera palabra de la definición mencionada anteriormente, en el verbo “reconocer”. A algunos miembros de la especie humana (no me atrevería a decir si a pocos o a muchos) no les gusta nada tener que “reconocer” alguna cosa, lo que sea, a no ser que les beneficie de manera directa. Es decir, que su inconsciente no les permite hacerlo, no les permite reconocer un error, que se han equivocado, que no tenían razón… A veces, resulta más fuerte que ellos. Aunque lo intentaran con todas sus fuerzas, no podrían, de ninguna manera. Para saber más sobre el inconsciente y la mente humana, recomiendo leer la publicación sobre la obra de Sigmund Freud “Psicopatología de la vida cotidiana”.

¿Cómo se debería tratar a una persona que siempre quiere tener la razón? Siento decir que se trata de una pregunta muy compleja, que no se puede responder en unas pocas líneas, así que, desgraciadamente, no será tratada en esta publicación.

Sería aconsejable dejar de ver la vida en términos de verdades absolutas. No todo es blanco o negro, sino que existen múltiples tonalidades de grises. Todo el mundo (o casi todo el mundo) tiene una parte de razón. Y muchas opiniones nos pueden ser útiles para crecer como personas.

Colofón

Hace algún tiempo, fui testigo en primera persona de una conversación breve que puede ejemplificar a la perfección esta forma de actuar. Los protagonistas fueron David, Carlos y Pedro (los nombres han sido cambiados para preservar las identidades). Se trataba de tres “amigos”. Esta última palabra ha sido escrita entre comillas de manera expresa, para destacar la fina línea que separa unos “amigos” (lo que parecen) de unos simples “conocidos” (lo que quizás son en realidad).

Carlos y Pedro estaban debatiendo sobre un tema en concreto (cuál era no es relevante en este momento). Carlos defendía una postura y Pedro la contraria. De repente, David, que hacía más tiempo que conocía a Pedro, le dijo a este: “Pero si tú piensas igual que Carlos”. Y Pedro le respondió, con seguridad y cierta arrogancia: “Sí, pero no le quiero dar la razón”.


La lectura de un buen libro es un diálogo incesante, en que el libro habla y el alma escucha”.

André Maurois, seudónimo de Émile Herzog (18851967). Escritor y ensayista francés.


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Pedir perdón

Esta frase podría estar, de alguna manera, relacionada con la Reflexión titulada “Dar las gracias”. Las dos, según algunas personas, en la actualidad podrían encontrarse en peligro de extinción.

La idea de escribir una Reflexión sobre el hecho de pedir perdón surgió mientras redactaba la publicación titulada “Dar las gracias”; la lectura de la cual recomiendo. Fue fruto de una tendencia a la asociación, que se puede aplicar tanto a expresiones, como objetos, personas, situaciones…

Algunas expresiones sencillas utilizadas para pedir perdón pueden ser: “Lo siento”, “disculpa”, “te pido perdón”, “perdona”, “perdonen” o, simplemente, “perdón”. Pero, antes de nada, habría que saber qué quiere decir pedir perdón. Según la Real Academia Española de la Lengua (RAE), perdón es la acción de perdonar y perdonar es remitir la deuda, ofensa, falta, delito u otra cosa o eximir a alguien de la obligación que tiene. Por consiguiente, pedir perdón sería querer que no se nos castigue por aquello que hemos hecho mal.

Una cuestión similar sería disculparse, pero, según los expertos, existe una diferencia destacable entre las dos. Disculparse significa dar razones o pruebas que descarguen de la culpa, es decir, sacarnos la culpa, mostrar que no se tenía la culpa; ya fuera porque había sido un hecho involuntario o porque la culpable era otra persona. En cambio, perdonar viene del latín y está formado por el prefijo per (que indica una acción total) y el verbo donare (que quiere decir regalar o dar). Por lo tanto, perdonar querría decir dar totalmente. Resumiendo, pedir perdón es reconocer una deuda, una culpa, y esperar que te regalen aquello que tienes que volver.

Visto así, no es de extrañar que a algunas personas les cueste tanto pedir perdón, dado que, de manera implícita, esta solicitud incluye el hecho de asumir que se ha tenido la culpa. Y esto de reconocer que se es culpable… Eso sí que le cuesta a la especie humana. Pero también hay que tener en cuenta que no todo el mundo es sabedor de esta diferencia, es decir, que cuando se pide perdón no se acostumbra a tener presente todo esto.

De manera breve, la culpa se puede definir como una experiencia desagradable que se siente al romper las reglas (culturales, religiosas, etc.). También como un estado afectivo en que la persona experimenta conflicto por haber hecho algo que piensa que no tendría que haber hecho (o por no haber hecho algo que piensa que sí que tendría que haber hecho). Dado que la culpa se considera un concepto propio de la cultura judeocristiana, también se puede hablar de responsabilidad.

Desde el punto de vista de la asunción de la culpa o responsabilidad, podríamos distinguir cuatro posibilidades:

  1. No pedir perdón porque se piensa que no se tiene la culpa. Faltaría saber si se tiene razón o se trata de un pensamiento erróneo.
  2. No pedir perdón, aunque se sepa que se tiene la culpa. Sería la forma de actuar más poco lógica.
  3. Pedir perdón, a pesar de ser consciente de que no se tiene la culpa. Se da cuando se intenta expresar disculpa en general, por ejemplo, cuando se interrumpe un discurso o si se topa con alguien en la calle sin querer.
  4. Pedir perdón sabiendo que se es culpable. Parece la actuación más lógica.

Pedir perdón se suele asociar a la humildad para reconocer que se ha cometido un error y a que la persona muestra intención de rectificar o compensar, de alguna manera, este error.

En Psicología, se valora tanto el hecho de pedir perdón (que no siempre implica que el ofensor no tenga que compensar de alguna manera su error) como la capacidad de saber perdonar, que estaría relacionada con la empatía, la compasión y la redención. El perdón puede servir al ofensor para liberarse de la culpa y a la persona ofendida para liberarse de posibles sentimientos de rencor.

Pero ¿por qué muchas veces no se pide perdón? A continuación, se mencionan varias hipótesis:

  • Porque se considere que puede hacer perder poder o estatus. Algunas personas se lo toman como una especie de humillación pública, porque representa tener que reconocer que se han equivocado.
  • Porque supone una pérdida de autoestima, al reconocer que se obró mal y, quizás, se causó un daño.
  • Por temer que se le pida una compensación.

De seguro que existen otras justificaciones.

Sea como fuere, de la misma manera como se comentó en la Reflexión “Dar las gracias”, es importante que la demanda de perdón sea sincera y espontánea, no solo una fórmula automática para intentar evitar responsabilidades.

Una cuestión aparte sería conocer las motivaciones que llevan a ciertas personalidades, por ejemplo, del mundo de la política, a no expresar muy a menudo el perdón, y todavía menos de manera pública.


“Los libros son las abejas que llevan el polen de una inteligencia a otra”.

James Russell Lowell  (1819-1891). Poeta, crítico, editor y diplomático norteamericano.


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De nada

A simple vista, parece que esta frase no pueda dar demasiado de sí, es decir, que de ella se puede comentar poca cosa, cuando menos, para dedicarle una Reflexión como es debido. Nada más lejos de la realidad. Y lo intentaré demostrar a continuación.

La presente entrada es la continuación natural de la publicada el mes anterior, titulada “Dar las gracias”, cuya lectura se recomienda, preferiblemente antes de leer la presente publicación.

Tengo que reconocer que, en principio, esta publicación no estaba prevista; pero una usuaria de Facebook que leyó la entrada “Dar las gracias” me dio la idea. Aunque no menciono su nombre (por cuestiones de privacidad), aprovecho para darle las gracias.

A pesar de tener ya escrito el borrador de la que tenía que ser la publicación de este mes (que publicaré más adelante), no supuso un problema cambiar los planes; más bien al contrario, me gustó que la idea surgiera de una lectora. Esto demuestra que las sugerencias son bienvenidas en esta web y que toda aportación es de agradecer.

Me pareció una buena idea escribir sobre esta frase a continuación de “Dar las gracias” porque, de alguna manera, suponía cerrar la conversación, dado que suele ser habitual que, cuando una persona da las gracias a otra, esta le responda “de nada”. Pero, aunque esta sea, seguramente, la respuesta más común, no es la única posibilidad. Existen alternativas que, según algunas teorías, serían preferibles.

La Real Academia Española de la Lengua (RAE) define «de nada» como “Expresión que se usa como respuesta cortés cuando a alguien le dan las gracias por algo”. Y también como “Locución adjetiva que expresa escasa importancia o valor”. Precisamente en esta definición radica el quid de la cuestión, concretamente en las palabras “escasa importancia o valor”.

La mayoría de posibles respuestas a la palabra “gracias” forman parte de uno de los siguientes dos grupos:

  • Respuestas clásicas o que tienden a restar importancia a la acción realizada. Algunas de las más habituales serían: De nada, a ti/a usted, no es nada/no ha sido nada, solo faltaría, no te preocupes, no se merecen…
  • Respuestas más positivas o que no quitan valor a la acción llevada a cabo. Se podrían emplear frases como: Gracias a ti/a usted, ha sido un placer, con mucho gusto, me ha gustado hacerlo, lo he hecho de corazón, agradezco tu agradecimiento…

¿Qué diferencia hay entre los dos grupos? Según algunas corrientes de desarrollo personal, cuando una persona te da las gracias se tendría que evitar responder alguna de las frases que forman parte del primer grupo. Alegan que si se responde “de nada” (por ejemplo), se está desaprovechando una energía muy poderosa, la de la gratitud. El poder del agradecimiento y el valor de la acción que lo ha provocado, no se deberían despreciar. Pronunciar “de nada” es como decir “no he hecho nada”, quita valor a aquello que se ha hecho y deja que se pierda toda la energía creada por el agradecimiento. En cambio, las respuestas del segundo grupo producen un efecto multiplicador de la energía positiva del agradecimiento.

Además, las respuestas del primer grupo son mecánicas, se pronuncian de manera automática, sin pensar, y esto hace que la persona no tome conciencia de lo que ha tenido lugar, de la fuerza positiva de aquel agradecimiento.

Normalmente, lo que se agradece es un favor recibido, una ayuda, un gesto, un apoyo tácito o implícito, un comentario, una crítica constructiva, unas palabras amables… Tal como se comentó en la publicación “Dar las gracias”, siempre resulta agradable recibir gratitud por alguna acción que se ha llevado a cabo. Del mismo modo, también resultaría preferible que nosotros mismos valorásemos aquello que hemos hecho. No se trataría de una cuestión de chulería o de darse importancia. Tampoco tendría que ver con una subida de autoestima por el hecho de saber que se ha realizado algo correctamente, tal vez la “buena obra del día”. Estaría más relacionado con el hecho de que si no lo valoramos y respondemos un simple “de nada”, se podría interpretar que se está despreciando el agradecimiento. Esta podría ser una interpretación de lo que en desarrollo personal se describe como una pérdida de la energía del agradecimiento.

No hace falta decir que cada persona es libre de responder de la manera que desee a cualquier muestra de agradecimiento. Incluso, puede no responder. Cada persona puede hacer lo que quiera con esta “energía” que se supone que se desprende de la gratitud. Se puede aprovechar o se puede dejar perder. Aunque, si tenemos que hacer caso de lo que postuló Antoine-Laurent de Lavoisier (1743-1794, químico, biólogo y economista francés, considerado como el “padre de la química moderna”), “la energía ni se crea ni se destruye, se transforma”. Se trata del primer principio de la termodinámica, conocido como “Ley de Lavoisier”.


Lee y conducirás, no leas y serás conducido”.

Santa Teresa de Jesús (1515-1582). Religiosa, mística y escritora española.


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¿Te ha parecido interesante esta Reflexión? A partir de ahora, ¿intentarás emplear las respuestas del segundo grupo?


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Dar las gracias

El hecho de dar las gracias puede ser tan solo una expresión pronunciada de manera automática (casi sin pensar) o puede ser algo más.

La intención de esta publicación es exponer una serie de ideas, para fomentar la reflexión sobre esta cuestión.

Hace algunos días, leí en Twitter un hilo que tenía como eje vertebrador el tema de la gratitud. Lo había iniciado una persona que se dedica a confeccionar recursos pedagógicos. Comentaba que recibía muchas peticiones de personas que deseaban tener aquellos recursos para ponerlos en práctica en el aula. Algunas personas los solicitaban de manera respetuosa, educada; pero existía un segmento (no sé qué porcentaje) que cuando los pedían casi le exigían.

La persona que generaba aquellas herramientas se quejaba de que, a veces, después de enviar el recurso o recursos solicitados no recibía ninguna comunicación más, es decir, que ni siquiera le daban las gracias, no mostraban ningún tipo de agradecimiento. Y esto que los enviaba de manera gratuita.

Esta queja me hizo reflexionar sobre la situación actual de los agradecimientos, es decir, sobre el hecho de dar las gracias. Pero, antes de continuar, sería bueno tener presente el significado exacto de esta expresión.

Según la Real Academia Española de la Lengua (RAE), dar las gracias (a alguien) significa manifestar el agradecimiento por el beneficio recibido.

En el caso expuesto, serían los recursos pedagógicos. Pero el quid de la cuestión, lo que más dudas ocasionaba a quien creaba y remitía a los recursos, era saber por qué algunas personas no se lo agradecían. Seguro que no existe una sola causa, sino que se trata de un conjunto de razones.

En primer lugar, siendo benévolos, se podría pensar que, una vez obtenido el recurso, aquellas personas se han olvidado de agradecérselo. Sencillamente, se han despistado. Tal vez, se han quedado mirando las musarañas (aprovecho para recomendar la lectura de la publicación que trataba esta cuestión: «Mirar las musarañas»). Porque cuando navegas por internet, a menudo comienzas buscando alguna cosa determinada que te interesa, de allí vas a otra página, después saltas a otra cuestión… Y así de manera sucesiva hasta que, al cabo de un rato, acabas en una página que trata un tema que poca o nula relación tiene con lo que buscabas en un principio. Y entonces te preguntas cómo has llegado hasta allí. Esta posibilidad explicaría y justificaría la falta de agradecimiento en respuesta al envío de los recursos.

En segundo lugar, existe la opción que no se lo hayan agradecido por una razón psicológica que, en mayor o menor medida, afecta a los seres humanos; la hipótesis que afirma que no se acostumbra a valorar aquello que se ha obtenido de manera gratuita. Esta opción también explicaría, pero no sé si justificaría, la carencia de agradecimiento.

En tercer lugar, se podría pensar que no se trata de un desprecio hacia la tarea del creador de los recursos, ni de un despiste, sino que las redes sociales, al tratarse de conversaciones o intercambios cortos y rápidos, tienden a obviar el agradecimiento u otras cuestiones que, quizás, ya se considerarían implícitas. Esto vendría a decir que el hecho de no mostrar de manera explícita el agradecimiento no tiene que significar, obligatoriamente, que aquellas personas no le estén agradecidas.

En cuarto lugar, quizás aquellas personas forman parte de un grupo que tiene como una de las reglas fundamentales de comportamiento el hecho de tener prohibido expresar agradecimiento.

Podrían existir otras opciones, pero la mayoría resultarían menos agradables o simpáticas que las mencionadas hasta el momento.

Otra cuestión, relacionada con la anterior aunque totalmente diferenciada, sería si es lógico que aquella persona estuviera esperando las muestras de agradecimiento.

No hay duda que recibir gratitud por algo que hemos hecho siempre resulta agradable, nos hace sentir bien y, incluso, nos puede estimular a continuar adelante. Pero seguro que hay quién nos aconsejaría que no tenemos que contar necesariamente con aquel agradecimiento. Sobre todo, no tenemos que depender de él. ¿Por qué? Pues porque si siempre estamos pendiente de las muestras de gratitud de otras personas, estaremos en alto grado expuestos a la frustración, cuando estas muestras no hagan acto de presencia. Respecto a esta cuestión, el conocido Dale Carnegie (escritor, psicólogo, orador…) expresó: “Esperar gratitud de la gente es desconocer la naturaleza humana”. Según parece, como mínimo en este asunto, no tenía en muy buena consideración a los seres humanos.

Así pues, ¿no tenemos que hacer favores a nadie? Tampoco habría que llegar a este extremo. Quizás lo mejor sería, cuando hagamos un favor, no acostumbrarnos a esperar una muestra de agradecimiento. Otra cosa, muy diferente, es que sea fácil de hacer o de pensar.

A mucha gente le debe haber sucedido que en alguna ocasión ha hecho un favor y no ha recibido la gratitud que había previsto recibir. ¿Significa esto que aquella persona era una desagradecida? Quizás sí, dado que este tipo de personas también existen; pero no forzosamente tiene que ser así. Tal vez, aquella persona no nos lo agradeció en aquel mismo momento, pero un tiempo más tarde nos hizo un favor o nos ayudó en alguna otra cuestión. Y esta ayuda, de alguna manera, vendría a compensar nuestro anterior favor.

Hay quién pensará que si aquello lo hacemos con convicción, no es necesario esperar la gratitud. Si llega, nos hará ilusión, está claro; pero si no llega, tampoco nos tenemos que frustrar, sino que nos tiene que reconfortar la sensación de haber hecho lo que queríamos hacer y nos parecía que había que hacer. Lo primero es estar bien con un mismo.

Sin embargo, no está de más mostrar agradecimiento. Por lo que tengo entendido, no hace daño a nadie ni cuesta mucho esfuerzo.

Para finalizar, habría que pensar si en la actualidad se da las gracias de igual manera que hace unos años o si, por el contrario, ya no se acostumbran a hacer tantas muestras de agradecimiento. ¿Podría tener esto algo que ver con la situación comentada de Twitter? Supongo que habrá opiniones para todos los gustos.


Esta publicación tiene una continuación (o respuesta) en “De nada”. Recomiendo leerla.


En algún lugar de un libro hay una frase esperándonos para darle sentido a la existencia”.

Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616). Novelista, poeta y dramaturgo español.


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¿Qué te ha parecido esta publicación? ¿Piensas que actualmente se da las gracias pocas veces?

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Mirar las musarañas

Esta expresión significa estar absorto en pensamientos sin utilidad o estar distraído de aquello que de verdad importa; cuando menos, esta es la definición más habitual.

Las musarañas

El vocablo “musaraña” procede del latín mus araneus (algo así como “ratón aracnoideo” o “ratón araña”). Pero ¿qué son las musarañas? Por su nombre, se podría llegar a pensar que deben tener alguna relación con los arácnidos. Pues nada más lejos de la realidad.

Las musarañas son pequeños mamíferos que se caracterizan por los ojos pequeños y un largo hocico con bigotes muy sensibles. Son similares a los ratones, pero están emparentadas con los topos. Y en el mundo existen más de 250 especies de musarañas.

La musaraña común mide entre 5,4 y 8,45 cm, a los cuales hay que añadir la cola, de entre 2,8 y 5 cm. El peso puede ir desde los 4,7 hasta los 12 gramos.

Son los mamíferos más activos que hay, con un metabolismo de ritmo frenético, dado que el corazón les late unas 800 veces por minuto. Mantener un metabolismo que quema calorías desesperadamente las obliga a comer a todas horas (ingieren el equivalente a su propio peso en insectos diariamente) porque si pasan más de cuatro horas sin comer, pueden llegar a morir.

Musaraña

Origen de la expresión

El origen de la expresión idiomática es incierto, así que existen varias teorías al respecto.

Parece que se podría haber originado cuando algunos labradores que estaban trabajando el campo se distraían, viendo como las musarañas salían de bajo tierra hacia el exterior. Entonces, se les decía que estaban (literalmente) mirando las musarañas y, por lo tanto, estaban perdiendo el tiempo en vez de trabajar, dado que las musarañas no tienen una actividad útil o importante, así que su presencia en el campo se considera intrascendente. Con el tiempo, el uso de esta expresión se ha generalizado en otros ámbitos y se aplica a todo el mundo que está absorto en pensamientos sin importancia, sin hacer nada de provecho. Al ser unas criaturas pequeñas, se puede pensar que la expresión hace referencia al hecho que pensar en las musarañas quiere decir pensar en cosas pequeñas, sin importancia, en vez de pensar en cosas más significativas.

En la actualidad, parece que se usa más la expresión “pensar en las musarañas”. Pero a mí me gusta más la forma “mirar las musarañas”. Esta forma se empleaba más antiguamente, incluso aparece en obras como “Don Quijote”, de Cervantes o “Cuento de cuentos”, de Quevedo, por poner dos ejemplos.

“El Quijote”, de Cervantes – Fragmento Parte II – Capítulo XXXIII

Numerosos lingüistas han buscado el origen de esta frase hecha y algún lexicógrafo señala que la expresión “pensar en las musarañas” sería relativamente moderna y podría utilizarse para aquellas personas que están pensando en las musas, dado que fonéticamente musaraña y musa son parecidas. Es evidente que cuando una persona espera la inspiración parece estar distraída.

Otra acepción de musaraña es “especie de pequeña nube que se suele poner ante los ojos”, como una especie de nube que imaginamos en el aire.

Reflexión personal

Debo confesar que cuando era pequeño me había oído decir, en más de una ocasión, esta frase (me parece que en la forma “mirar las musarañas”). Entonces, no me las imaginaba de ninguna forma en concreto, pero pensaba que debían tener alguna relación con los arácnidos, sobre todo por el nombre. No fue hasta un tiempo más tarde que busqué la palabra musaraña en una enciclopedia (en aquella época todavía no era común el uso de internet y las enciclopedias eran herramientas muy útiles, no solo servían para coger polvo) y descubrí cómo eran en realidad.

Cuando de pequeño las miraba, no recuerdo qué pensaba, pero tengo una teoría al respeto. No me gusta pensar que solo estaba distraído, sin un motivo de peso, sin un objetivo. Me niego a aceptar que estaba pensando en nimiedades. Quiero pensar (me gusta pensarlo) que desde pequeño lo que estaba haciendo era dejar volar la imaginación, es decir, que debía de imaginar historias diversas, como las que integran esta web. Debía de interaccionar (mentalmente, está claro) con las musas que ya empezaban a alimentar mi imaginación.

Desde entonces, de alguna manera, me he sentido unido a estas criaturas pequeñas, inocentes, frágiles, pero, a la vez, quizás inspiradoras.

Curiosidades

En algunos países de América (Chile, Cuba, El Salvador, Honduras, República Dominicana…) “hacer musarañas” significa hacer gestos con la cara, hacer muecas. Y en ciertas zonas, específicamente, son los gestos que se hacen antes de echarse a llorar (hacer pucheros).

No puedo finalizar esta publicación sin nombrar que el 19 de junio es el Día Mundial de la Musaraña, que se originó y estableció en 1996 en una comunidad de Jalisco, México, donde se venera a la musaraña como símbolo de buen augurio y abundancia en todos los aspectos de la vida.


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Leemos en la cama porque la lectura está a medio camino entre la vida y el sueño”.

Anna Quindlen, autora, periodista y columnista de opinión estadounidense.